lunes, 4 de marzo de 2024

“VIDAS MINADAS”, LA SIEMBRA DE UN “PROGRESO” DESHUMANIZADO

UNA PEREGRINACIÓN DE AMOR HACIA LA VÍCTIMA

                                                                                                         Foto: Gervasio Sánchez, procedencia  expo. “Vidas Minadas 25 años”.

 

 © Natalie Volkmar Ossa / Publicado en Desde Abajo


Caen gotas desde el inabarcable espacio celeste; lluvia para sembrar, cosechar, nutrir raíces y entretejer la existencia con su hábitat. Zonas rurales, selváticas, fértiles, donde el oxígeno y la madera aún perviven: un tesoro de atmósfera poblada de biodiversidad, donde cada amanecer trae consigo la vida.  

En estado puro, podríamos cristalizar esta imagen en el entorno de aquellas culturas que enriquecieron y embellecieron de opciones la tierra, antes de haber sido arrasadas, heridas, maltratadas, por la avaricia del poder occidental.

El paso de los siglos demostró que aquella colonización, cimentada en masacres, expolio, humillación, exterminio y opresión, convirtió dentro y fuera de sus sociedades, la lluvia en bombas, los alimentos en cenizas, la salud en epidemias, el aire en armas químicas, las aldeas en desplazamientos forzosos, las cosechas en fábricas de armamento y los cultivos en acumulación de tumbas.

Hasta la estética tuvo un lugar para abrazar al horror: “La guerra es bella, ya que crea arquitecturas nuevas, como la de los tanques, la de las escuadrillas formadas geométricamente, la de las espirales de humo en las aldeas incendiadas …”, publicó el futurista Marinetti en el marco de la guerra de Etiopía, 1935, mientras la aviación de Mussolini gaseaba a los nativos. Previamente, como documentó Sven Lindqvist, ya Gran Bretaña, EEUU, Francia y España habían bombardeado a poblaciones no occidentales, amparados en un discurso discriminatorio que reajustaba las leyes de guerra conforme a sus intereses y a su autodesignada superioridad; aquella que le permite a EEUU seguir imponiendo su veto en la ONU.

No es de extrañar que, tras haber presenciado la explotación, el hambre, el éxodo y una espiral de guerras a lo largo del siglo XX, el fotógrafo brasileño, Sebastião Salgado, se decantara en su obra “Génesis” por retornar su mirada hacia la plenitud de la naturaleza, y reclamar con “Amazonía” la protección de sus tribus y del ecosistema, gravemente amenazado por proyectos que contribuyen a su destrucción. 

La industria de la minería, hidroeléctricas, cementeras o megaproyectos turísticos que persiguen engrosar su riqueza a costa de tierras ancestrales, sin contar con la aprobación de sus comunidades, es una constante que continúan denunciando sus líderes y lideresas, especialmente en Centroamérica y Suramérica; permanentemente intimidados, criminalizados y asesinados. Entre los testimonios recabados desde Honduras y Guatemala por el fotógrafo Gervasio Sánchez, nos compartía la lideresa hondureña, Rosalina Domínguez, el motor de su perseverancia: trasladar a las siguientes generaciones la necesidad de salvaguardar su entorno, entendiendo que su lucha, incluso su muerte, constituye una siembra… De resistencia y dignidad; un pulso que irradian los rostros de este trabajo documental, “Activistas por la vida”, realizado por el mencionado fotoperiodista quien, no solo ha profundizado durante décadas en las secuelas de los conflictos armados o entramados represivos, sino que se detiene en responsabilizar a la industria armamentística y a quienes la sostienen.

“Los responsables de tanto dolor se esconden tras la nebulosa de intereses y siglas. La industria armamentística es cada día más poderosa e impenetrable a pesar de las leyes sobre el control de armas de los países democráticos y que casi siempre se convierten en papel mojado a la hora de realizar negocios de la muerte”, señaló Gervasio Sánchez en “Vidas minadas 25 años”; su reciente obra que nos conduce a reflexionar sobre cómo las guerras suprimen, mutilan y limitan la vida de las personas, talando su cuerpo a través de un artefacto o perforando su alma ante el dolor de una pérdida: propia o ajena.  Algo actual, que podemos equiparar al recuerdo del cirujano mexicano de Médicos Sin Fronteras, Aldo Rodríguez, sobre los niños que llegan heridos por los bombardeos, sin familiares supervivientes, al hospital en Gaza: “Después de la amputación quedan deprimidos, sin ganas de hablar. Es una situación dramática porque no se trata sólo de la cirugía, sino de todo lo que viene después. […] Puede que mejoren físicamente, pero mentalmente están destrozados”.

Las historias que nos narra Gervasio Sánchez en su último trabajo están intrínsecas en este mosaico de vidas truncadas y muertes vividas, en el pasado y en el presente; todas ellas provocadas por la cara encubierta de los grandes poderes económicos y políticos, responsables de la venta de armas que son utilizadas, mayoritariamente, contra civiles y poblaciones vulnerables.

Respecto a las minas antipersona, aunque prohibidas, siguen germinando muerte bajo la tierra de los campesinos, cercando sus casas, bosques y caminos; un artefacto que no solo simboliza la desconstrucción en tiempos de paz, sino que culmina en una metáfora que aúna a todos los tipos de armas bélicas: la siembra de la deshumanización.

Frente a ello, este periodista que no se pliega a los poderes o entidades, prosigue su andadura y peregrinación de amor hacia las víctimas, en “Vidas Minadas 25 años”, al mostrarnos su cotidianidad: miradas afligidas ante las libertades y oportunidades arrebatadas; miradas atrapadas por su cuerpo, dignificadas por sus propios retos; miradas que siembran vida…  que no se doblegan, y nos hacen repensar con qué tipo de “progreso” queremos continuar.


Publicado en Desde Abajo

lunes, 29 de enero de 2024

Ante una población civil bombardeada por el terror:

VOCES ALUMBRAN EL PLANETA CONTRA LA DESTRUCCIÓN DE GAZA, Y DE LA HUMANIDAD


                                                                              Manifestación en Madrid, enero 2024. (Foto propia).





Estar señalado, cercado, desplazado de tu tierra… despojado de tu casa y arrojado hacia la nada… acompañado del vacío de una maleta en cuyo interior resiste tu nombre, erguido, aquel que hace tiempo unos, con otro nombre, decidieron que no tenía valor humano. “Mi ciudad está triste”, escribía el pasado siglo la poetisa palestina, Fadwa Tuqan: “las ventanas del cielo se cerraron”. Años posteriores, el fotoperiodista Javier Bauluz describía la insoportable situación que sufría la población palestina bajo aquel cielo clausurado por la ocupación israelí. Era 1988: “He visto a niños, viejos y mujeres casi muriendo, tras haberlos encerrado en su propia casa con gas dentro”. […] He visto a los soldados bailar al día siguiente de haber matado a un niño. He visto detener a gente en sus casas y golpearlos con los cañones de los fusiles hasta hacerles perder el conocimiento”.

Si enlazamos las concatenaciones de “yo lo he visto” del pasado con el presente, comprobamos que la violencia selectiva e intencionada contra la población civil, no ha cesado de ejecutarse hasta quebrantar la humanidad.

El periodista L. Delaprée, testigo de los bombardeos contra hogares, escuelas y hospitales del Madrid republicano, escribió en 1936: “El sentimiento más fuerte que he experimentado hasta el día de hoy no es el miedo, ni la ira, ni la compasión, ES LA VERGÜENZA. Estoy avergonzado de ser un hombre cuando el género humano se muestra capaz de masacrar de tal forma a los inocentes”. En eso consistía la guerra total, en atacar a los más frágiles y vulnerables con la “máxima intensidad y violencia” -indicaba Giulio Douhet- para desmoralizar al enemigo ante “la pesadilla continua de las terribles acciones ofensivas”: un método que acabó siendo materializado y justificado por gobiernos y potencias democráticas. Y es que, a pesar de la incompatibilidad de la “guerra moderna” con el progreso humanitario, el símbolo de Gernika -ocultado bajo la tela de la ONU en una rueda de prensa en la que EEUU anunciaba bombardear Irak, en busca de unas armas inexistentes (2003)- , lejos de cerrar el ciclo del horror, abrió el telón a un método aéreo que expandió su grado de crueldad desde Dresde o Hiroshima y Nagasaki en adelante, bajo distintos contextos y tecnologías, pero con un denominador común: sembrar el terror entre la población indefensa.

Que Israel apunte como objetivo a civiles para inyectar el terror, tal como hicieron los deleznables ataques terroristas de Hamas del 7 de octubre, convierte sus acciones en otra forma de terrorismo. Lo atestiguan las escenas que desde Gaza cerraban el año y retoman la espiral en 2024:  un médico ve llegar a su hospital los cuerpos de su padre e hijo bombardeados; una trabajadora sanitaria entra en pánico al reconocer a su pequeña agonizando;  un adolescente tiembla al tomar conciencia de que su amigo acaba de ser enterrado bajo los escombros; un padre regresa con una prenda para calentar a su hijo y lo encuentra bombardeado; un grito desgarrador emerge de un familiar al no poder revivir a un ser querido: aquel gemido que nace de las entrañas y ante el cual nos tapamos los oídos para no saber a qué suena tanto dolor; las voces entrecortadas de los periodistas despidiéndose porque saben que van a ser asesinados en días, horas o minutos… “Este es el último hospital en funcionamiento en Gaza. Esto significa que miles de heridos están solos en el hospital […] Todavía estoy viva pero no sé si sobreviviré esta noche”, reportó Bisan Wizard.

Frente al terror psicológico que supone el saber que vas a morir, y antes de ser masacrado junto a su familia, Refaat Alareer, dibujó con sus versos una cometa que hilvanaba paz, amor y esperanza, en un acto de entereza contra los tortuosos bombardeos que persiguen enloquecer el alma de los supervivientes.

Esta vieja aplicación del terror viene precedida de una violenta instrumentalización del lenguaje, a fin de generar odio contra un sector de la población, deshumanizarlo y justificar lo injustificable: su exterminio. Basta con ver los intolerables vídeos que se toman los soldados israelís festejando, degradando y burlándose con sevicia de los civiles masacrados, al tiempo que recibimos las lágrimas contenidas de un padre que sólo puede envolver con una bolsa de plástico el pequeño cadáver de su hijo, la imagen de un chiquillo que recoge restos humanos o  niños amputados sin anestesia, sin medicamentos, sin agua, sin alimentos, sin padres… Es en su nombre, que durante la pasada manifestación en Madrid, adultos y niños sembraron sus pancartas entre jardines, plazas y flores, convirtiendo la vía pública en un Paseo por Palestina.

Entretanto, incomunicados bajo un cielo tapizado por el horror, civiles y periodistas, siguen lanzando su voz con lo que les queda de aliento, de vista, de oído. “¿Habrá alguien que escuche?”, recitó en 2011 la palestina Rafeef Ziadah: “Hoy, mi cuerpo fue una masacre televisiva y dejarme decir que no hay nada que vuestras resoluciones de las Naciones Unidas hayan hecho jamás”.

Más de una década después, ante un genocidio visibilizado por sus víctimas civiles, me pregunto en qué violencia se inserta su justificación, el silencio, cinismo o la omisión; actitudes que perduran dentro de la comunidad internacional.

Menos mal que no todo el globo terrestre está dominado por la uniformidad y que la dignidad de Sudáfrica alzó su voz; aplaudida, en una ofrenda de gratitud, por otras miles de voces y pulsaciones de esperanza que siguen alumbrando el planeta para clamar la condena y el cese de los actos terroríficos de Israel contra la población civil palestina:  una exigencia sin la cual, de ninguna manera, se podrá cosechar humanidad.

 

Publicado en Desde Abajo

martes, 14 de noviembre de 2023

Tierra callada bajo cielos estrellados


 Foto de Jesús Abad Colorado: Necocli, Uraba, 2012,               
 (propia, tomada en Expo “El Testigo”).
                                                            

 © Natalie Volkmar Ossa / Publicado en Desde Abajo


En este presente, tensionado por la guerra y ausencias ininterrumpidas, me es imposible olvidar aquella fotografía en la que Jesús Abad Colorado, nos muestra el interior de una casa destruida, redecorada con unas flores que su dueña, Ana Felicia, deposita entre las ruinas. Aquella acción, que nos habla de resistencia y dignidad, me hizo tomar conciencia del pulso perseverante de las víctimas; un latido atemporal y trasfronterizo que nos acompaña de manera intergeneracional… un susurro rebelándose contra el olvido.

Abrazada a este pensamiento rebusqué en el Centro de Memoria Histórica de Salamanca huellas y testimonios sobre los represaliados en España, hasta quedar obnubilada por una poderosa enredadera, de un verde intenso, que se abría paso entre las piedras. Aquel pálpito silvestre, insumiso, pretendiendo escapar del silencioso recinto parecía ser el murmullo de los ausentes, resistiéndose a desvanecer.

Me aferré a mi maletín cargado de fuentes históricas, rememorando aquella metáfora que equipara al patrimonio con “nuestro equipaje de mano” y emprendí mi regreso. Había oscurecido y empezaba a llover. Me fijé en los reflejos del agua y a modo de espejismo imaginé cómo emergían sobre los adoquines los rostros de la guerra: reflejos caídos de las estrellas. En la espera de un semáforo elevé la vista y percibí en una inmensa pared el dibujo de unos ojos pensativos, en blanco y negro, que decía: “La mirada donde pueda ver más lejos”. Los únicos brochazos de color que tenía aquel mural del artista Caín Ferreras, compartían el amarillo, azul y rojo de la bandera de Colombia.

Enseguida me transporté a aquellas tardes de diluvio por la séptima de Bogotá, y concretamente, a los cielos estrellados de lugares “donde se ofendió la vida”: fotografías de Abad Colorado que bien podrían conformar una bóveda que recubra el Claustro de San Agustín: espacio de sigilo, actualmente habitado por la exposición “El Testigo”.

Un recorrido que -en comunión con la necesidad que defendía Walter Benjamin de resignificar la guerra, desde abajo, desde quienes sufren sus estragos-, visibiliza las ausencias, las historias inconclusas, los episodios rotos, sus fragmentos y resistencias, lo anónimo…

De acuerdo con ello, la labor documental de Jesús Abad manifiesta la cara opuesta a toda espectacularidad, heroización y estetización bélica, caligrafiando los estragos con imágenes rebeldes, independientes, humanizadas, dentro de las cuales el detalle y lo cotidiano, insignificantes para los grandes medios de comunicación, rebosan de significado. En este sentido, sus fotografías, desvinculadas de toda “narrativa codificada” - diría Susan Buck-Morss -, sacuden y desmontan, generando una contranarrativa, aquella versión unilateral diseñada por determinadas élites que proyectan -bajo sus intereses y desde un ángulo contrario a la víctima- una justificación y representación banal, normalizada y permisiva de la guerra.  

Algo habitual, teniendo en cuenta que tal como expresaba J. Esteban Marquillas, en una entrevista para La Vanguardia, toda decisión de hacer la guerra surge “de un cálculo de coste- oportunidad por el que las élites la instigan tras calibrar incentivos y desincentivos”. Frente a ello, las fotografías de Abad -a las cuales R. Barthes se referiría como pensativas o “subversivas”, por rasgar y herir más allá del impacto-, amplían el prisma con el que responsabilizar a quienes -a salvo de sufrir los efectos bélicos-, fomentan el odio para perpetuar la violencia. Una reflexión que va en consonancia con el argumento de Hannah Arendt respecto a cómo el grado de responsabilidad no debe reducirse a quien porta el arma.

En este contexto, los testimonios visuales que recoge el periodista y fotógrafo para documentar en profundidad el conflicto armado de Colombia, lejos de quedar restringidos a una temporalidad o geografía, irradian un valor universal.

Si nos acogemos a la interpretación que hace G. Didi- Huberman respecto a los usos antagónicos que tiene la imagen, los testimonios de Abad Colorado -contrarios a registrar el poder- desvelan su “potencia” al resignificar la guerra, precisamente, desde la “impotencia” o entereza de quienes se hallan en una situación de vulnerabilidad, opresión e invisibilidad, tal como lo hizo en su tiempo Goya con los Estragos de la Guerra o Picasso en Gernika.

Imágenes de carácter universal que, en este caso, despegan del Claustro de San Agustín - un refugio pedagógico, democrático y sede de patrimonio cultural donde rostros, voces y miradas sobresalen de las paredes entretejiendo y cristalizando memoria- para abrir sus alas entre las páginas de la reciente colección publicada, en cuatro volúmenes, “El Testigo: Memorias del Conflicto Armado Colombiano…”. Libros cuya adquisición me hace evocar aquella bellísima noción de patrimonio que esboza Serban Anghelescu: “Patrimonio (patrimonium) es, etimológicamente la herencia del padre (pater) pero se puede llevar consigo, en sus peregrinaciones, las cenizas o los huesos del padre, se puede tratar patrimonialmente el propio cuerpo paterno. Es el caso de Ulenspigel, que no se separa jamás de un saquito hecho por su madre, de un saquito que contiene las cenizas del corazón de su padre […]”.

De esta manera, tal como custodiamos a nuestros ancestros con el corazón, nuestro patrimonio cultural y la memoria colectiva nos reviste de una segunda piel al enseñarnos a transitar, comprender y a mirar fuera de nosotros mismos.

Considerando que la guerra es enemiga del saber, y atendiendo a aquella fotografía de Abad Colorado que muestra a una niña en Bahía Portete, la Guajira, frente a un tablero de una escuela derruida, en disposición de escribir y envuelta en un vestido de un rojo intenso que simboliza para los wayuu la resistencia, cada libro de esta colección se subleva -de la mano de las víctimas- contra la desinformación, en busca de memoria: un derecho de los territorios para sembrar la paz, reescribir su historia y compartir una conciencia social capaz de trenzar una red de solidaridad, universal, en contra de la violencia.  

Siendo así, y en cualquier rincón del mundo, cada vez que el viento levanta el vuelo de las hojas -diminutas perlas sobrevolando la atmosfera-, está presente el latir de los ausentes, junto con la esperanza que personificó Jesús Abad al fotografiar a un campesino adentrándose en una vereda tapizada de un manto de hojas (o mariposas) amarillas… en ese caminar en paz.  Ha llegado el momento, escribía María Belén Sáez de Ibarra, de “alejarnos de la procesión victoriosa de los amos de la guerra” y acompañar “la resistencia”…, una fortaleza que bien podría ser la de los pueblos, en un canto a la vida y acto de rebeldía contra toda guerra.  


Publicado en Desde Abajo

sábado, 16 de septiembre de 2023

LA IMAGINACIÓN COMO COMPLEMENTO DE LA ARQUEOL0GÍA



Dalí, Reminiscencia arqueológica del Angelus de Millet,1935.

“¡Cuantísimas páginas de dudosas crónicas podríamos desechar con frecuencia a cambio de unas cuantas piedras dejadas unas sobre otras!...más hemos aprendido de Grecia por los fragmentos amontonados de su escultura que, incluso, por sus dulces aedas o sus historiadores soldados”.

J. Ruskin, La lámpara de la memoria.
  

Si retrocediésemos al romanticismo, para muchos de los viajeros del siglo XIX un trozo de piedra vieja, derruida, silenciosa, recubierta de musgo, ennegrecida por el paso del tiempo, agrietada, cargada de testimonio histórico producía fascinación, nostalgia, melancolía...emocionaba. La ruina, como manifestación material de una cultura desaparecida, invitaba a descubrir el enigma de un pasado desconocido, a revelar su autenticidad, en definitiva, a construir una historia.

Con el paso de los siglos, el cambio de mentalidad ha llevado reforzar las medidas protección y conservación del Patrimonio Arqueológico, de este modo se han podido rescatar fascinantes historias como la que encierra las ruinas romanas de la Ensenada de Bolonia, tapizadas por las dunas desde el siglo VII d.C.:

“[...] Entre las ruinas de la vieja ciudad, vi el cuerpo de una estatua de alabastro fino y de tamaño mayor que el natural; nuestro guía decía que su padre la había visto entera, pero que como era un ídolo de los “gentiles”, los habitantes, buenos católicos, la hicieron pedazos. [...] Nos contó que se habían encontrado urnas y monedas antiguas pero que se habían tirado porque esos descubrimientos no eran habituales en España”.

John Conduitt, 1917, Carteia  
(Noticias de un viajero sobre Baelo Claudia).


Dalí, Imagen ambivalente, 1933.
De esta manera, los hallazgos arqueológicos han ido despertando esta vieja ciudad pesquera que yacía bajo las capas de arena en la Ensenada de Bolonia, allí estaba enterrada su memoria, con su gente, sus objetos, costumbres, jolgorio... como si una ráfaga de arena las hubiese convertido en estatuas, inmóviles y olvidadas frente al mar. El yacimiento arqueológico nos revela el esqueleto de esta ciudad romana; la estructura de sus casas, de sus templos, su teatro, foro, mercado, termas..., es a través de cada piedra desenterrada que conocemos la rutina, dinámica, mentalidad y cultura de su población.  Sus ruinas nos aportan los datos documentales y el rigor científico necesarios para poder imaginar el ambiente que vivía la ciudad: el bullicio y el olor del mercado, los pleitos entre la gente, las discusiones en el foro, el ajetreo de los comerciantes, el funcionamiento de las fábricas de pescado, las mercancías embarcando rumbo a Tánger...
La arqueología por tanto, se manifiesta como una “recolectora de historias”; rescata trozos de piedra, de vasijas, de huesos... para reconstruir y evocar la historia de aquellas personas que tan solo nos han dejado como prueba de su existencia una leve huella. Ejemplo de ello podremos apreciarlo tras leer esta inscripción que arranca como un capítulo más en la historia de la antigua ciudad pesquera:


“Isis Murionima, te confío el robo del que soy víctima. Haz por mí actos ejemplares conformes a tu divinidad inatacable y a tu majestad. [haz] modo que quites la vida, a la vista de todos, a quien lo ha hecho, a quien [me] ha quitado o a su heredero, una manta de cama blanca, un cobertor nuevo, dos colchas para mi propio uso; te ruego ¡ oh soberana mía! Que castigues este robo”.

Plegaria Templo de Isis, (Inscripción realizada por un habitante de Baelo Claudia).


Dalí, Composición, 1942.
Al tiempo que las medidas jurídicas en materia de patrimonio se fortalecen son varios los especialistas que manifiestan su preocupación frente al desinterés que muestra la sociedad hacia el Patrimonio Arqueológico. Situación inquietante si tenemos en cuenta que, tal como estipula la LEY 16/1985 del Patrimonio Histórico Español, el patrimonio sólo cobra sentido como “valor social”, producto de la estima que le tengan los ciudadanos.

Ante el insólito desequilibrio existente entre el desapego social por el Patrimonio Arqueológico y los avances en materia de Arqueología,  A. Castillo plantea la necesidad de averiguar qué lugar ocupa la Arqueología en el "imaginario ciudadano 1Cuestión indispensable si como expresa Amalia Pérez –Juez Gil,  gran parte de la sociedad, desconoce el significado que encierra la idea de Patrimonio Arqueológico:



“Las ruinas y lo que está enterrado. Así definiría un importante sector de la población el patrimonio arqueológico [...] Si no lo definieran así, probablemente se acordarían de Indiana Jones y su búsqueda del Santo Grial, por la impresión que les produjeron las sobrecogedoras arquitecturas esculpidas de Petra 2”.

Amalia Pérez –Juez Gil, Gestión del Patrimonio Arqueológico.



Ante esta situación parece ineludible la necesidad de generar un encuentro, una armonía entre la población y la arqueología, pero ¿cómo generar este vínculo? Si la mayor parte de la población identifica el concepto de Arqueología con los pasajes de películas de exploradores y arqueólogos quizás sea porque estas historias son relatadas desde un atrayente lenguaje cinematográfico que activa velozmente los sentidos del público.
Es indudable que el lenguaje utilizado en las fichas de los museos no está en igualdad de condiciones que el lenguaje cinematográfico; presentar un pedazo de vasija o los huesecillos de un metatarso desglosado y numerado bajo una terminología técnica no ayuda a despertar los sentidos. Los restos arqueológicos expuestos en una vitrina se presentan como elementos fríos y distantes sacados de su hábitat, sin alma...es difícil generar un vínculo bajo estas condiciones.


Dalí, Momento de transición, 1934.

Descubrir e investigar con rigor científico es una aventura apasionante en la que ya se necesita cierta dosis de imaginación que ayude a recomponer los elementos perdidos, reconstruir y comprender las historias. No cabe duda de que toda materia carga su propia historia pero si ésta no ha podido ser revelada, al menos, debe dejarse abierto ese túnel a la imaginación ya que sin ella difícilmente podrá lograrse tal vínculo: la emoción. Por tanto, podríamos considerar a la imaginación como un complemento de la Arqueología, un elemento que parece ser incompatible con el rigor científico pero que sin él la sociedad no podría maravillarse con sus hallazgos. 

Cuantos no habremos escondido alguna vez bajo tierra un tesoro y desenterrado años después para comprobar con sorpresa y emoción que ahí seguía, ya oxidado, magullado por los años aunque cargado de doble historia. Quizás todos prefiramos ser arqueólogos más que visitantes de lo "ya descubierto". Trasmitir a la sociedad lo "ya descubierto" conlleva otra tarea, no tan apasionante como descubrir pero no menos laboriosa; despertar en la sociedad la emoción por lo descubierto. Para ello, el rigor científico y la técnica no deben cohibir la imaginación del público, al contrario, deben funcionar como guía y como aval, teniendo en cuenta que el pasado sólo puede visitarse a través de este instrumento: la imaginación.

Chirico, Melancolía, 1912.
La arqueología viaja a través de las épocas; descubre la perforación del casco de un soldado de la época de Alejandro Magno, los collares y brazaletes griegos que algún día llevó el “ya espíritu” de una muchacha de la época helenística, encuentra el escudo rayado de un gladiador romano, recupera el soporte de un espejo que tanto ha reflejado con el paso de los años... ojalá ese espejo hubiese sido una cámara digital para reproducir todas aquellas imágenes que registró. 
La arqueología descubre elementos que reconstruyen costumbres y episodios vividos por otros. Cuando el visitante imagina es el momento en el que logra apropiarse de ese trozo de arqueología, de ese trozo de historia; queremos tocar lo que otros tocaron, mirar lo que otros miraron, sentir como otros sintieron...

La ruina hoy en día puede seguir despertando curiosidad, admiración y sensibilidad sólo hace falta recurrir a la imaginación como complemento de la arqueología e instrumento para “desenterrar una historia”:

“La lápida saltó en pedazos al primer golpe de la piocha, y una cabellera viva de un color cobre intenso se derramó fuera de la cripta. El maestro de obra quiso sacarla completa con la ayuda de sus obreros, y cuanto más tiraban de ella más larga y abundante parecía, hasta que salieron las últimas hebras todavía prendidas a un cráneo de niña. En la hornacina no quedó más que unos huesecillos menudos y dispersos, y en la lápida de cantería carcomida por el salitre sólo era legible un nombre sin apellidos: Sierva María de Todos los Ángeles [...]”.

Gabriel García Márquez. Del amor y otros demonios.




━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━

1CASTILLO, A.: “Reflexiones sobre la “recuperación arqueológica” en espacios históricos y su aportación a la vida ciudadana: ¿un reto o una utopía?” en Actas del Congreso Internacional sobre Documentación, Restauración y Reutilización del Patrimonio Arquitectónico, Vol.1, 2013, pág. 235.

2PÉREZ –JUEZ GIL, A.: Gestión del Patrimonio Arqueológico: el yacimiento como recurso turístico. Barcelona. Ariel, 2006, pág. 33.


viernes, 17 de junio de 2022

DIGNIFICANDO A LOS AUSENTES


Dignificando a los ausentes



(Foto propia)
 

 © Natalie Volkmar Ossa / Publicado en Desde Abajo


Desde una “perspectiva anacrónica” e “internacional”, Didi-Huberman planteó una relación entre los distintos periodos históricos al demostrar que, aun teniendo las peculiaridades cada uno de su “historia precisa”, compartían un denominador común. Y es que, aunque la historia nunca se repite -escribía Trullén Floría- existe en ella “una tendencia circular a la rima”.

Si reflexionamos de la mano de estas premisas, observamos que con el paso de las décadas la violencia física y verbal contra la izquierda, y su proyecto social, ha sido diseñada, planificada y ejecutada de manera ininterrumpida. Explicaba el historiador Francisco Espinosa que el modelo de represión utilizado en las dictaduras latinoamericanas imitó al que se inauguró en España, donde los hallazgos de Serrulla Rech estiman que podrían existir alrededor de 14.755 fosas, en las que estarían inhumadas 130.000 víctimas de la represión franquista durante la guerra: maestras, jornaleros, menores de edad...

Siguen ahí, arrojados, frente al corazón encogido de las generaciones de sus seres queridos que continúan sin poder darles cobijo.

Fue en el territorio de la llamada Iberoamérica -designada recientemente como “Iberoesfera” por una ultraderecha española íntimamente vinculada a la extrema derecha latinoamericana-, que las desapariciones forzosas poblaron de pupitres vacíos las universidades, de madres velando en la oscuridad, y cuerpos bajo los montes.  

Desafortunadamente, basta con cambiar el método: los modelos de opresión se adaptan; sobreviven vociferando una falsa libertad y aplican la represión de forma encubierta,  aunque las prácticas de corte pinochetista que se ejercieron con sevicia contra los manifestantes de Colombia, retrocedieron décadas.

Así mismo, en esta “tendencia circular a la rima”, la violencia verbal se nutre inyectando odio a través de campañas de desinformación -maquilladas de rigor periodístico por grandes grupos mediáticos-, que tergiversan las ideas de izquierda y difaman a quienes las llevan. Ya cuestionaban Noam Chomsky y Edward S. Herman en Los guardianes de la Libertad la supuesta actuación “desinteresada” del sistema periodístico al explicar su imbricación en las élites políticas y empresariales.

Otra “tendencia circular a la rima” es el plan de ocultación y negación de la verdad, que se erige como una violencia añadida al revictimizar a los ausentes y a sus seres queridos; una estrategia del olvido diseñada para borrar la historia de las víctimas, y acallar futuras canciones de libertad y justicia social.

Inmersos en este bucle de la historia, nos plantamos en una actualidad donde el atardecer sigue acariciando, sigiloso, las cunetas de las carreteras, las explanadas de los valles, el reflejo de los ríos, la hierba mojada: la tierra. Allí están, hablando a través del viento… “ven pasar árboles y pájaros”, el susurro de Benedetti se hace presente: “cuando empezaron a desaparecer como el oasis en los espejismos a desaparecer sin últimas palabras tenían en sus manos los trozos de cosas que querían”. Permanecen entre la savia, en algunos lugares más que en otros, aferrados a esos pequeños “trozos de cosas que querían”; destellos que perduran, entre la tierra y sus huesos, para hablarnos de ellos en vida: de su presente arrebatado y desahogar su verdad.  

Son los ausentes, los desaparecidos, aquellos que vivieron la experiencia hasta el final, los que tocaron fondo y no sobrevivieron para contarlo, nombrados por Giorgio Agamben como “los verdaderos testigos”. Aquí o allá: están en todas partes, silenciados por defender los derechos del otro -que también fueron los suyos-, por querer construir solidaridad y caminar con una mirada inquieta, rebosante de dignidad.

Recuperar su voz rota, liberar su cuerpo atado y sacar a la luz lo negado, lo oculto, lo demasiado doloroso para ser creíble: los restos de quienes fueron sumergidos en un silencio obligado, en la profundidad de un hueco impersonal, con su cuerpo secuestrado y el esqueleto enraizado en un subsuelo que no eligió, se torna una responsabilidad social.

Dejar una rosa roja, amarilla y azul, o violetas, sobre ese pedazo de tierra fértil, sembrado de ideas, donde permanecieron los ausentes, demanda escucharlos y reivindicar su historia. De lo contrario, cobrarían vigencia las palabras de Walter Benjamin cuando pronosticó: “ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence”. Efectivamente, la estrategia de negación y tergiversación de la verdad que impulsaron los victimarios, todavía, en algunos países: “no ha cesado de vencer”.

Si bien, la estela de los ausentes ha logrado traspasar la arena, los ríos y montañas, dejando florecer sus semillas en generaciones de pensamiento, política, arte y cultura: impulsando ese renacer perseverante y vivo, de conciencia social.

Hemos escuchamos a Francia Márquez animando a cambiar la historia con un lapicero: un objeto, de poderoso simbolismo, cuyo potencial ha demostrado ser el vehículo más eficaz contra la sumisión: aquel que tiene pálpito y pensamiento. Esos lapiceros que sueñan ideas y crean democracia quizás logren, con su voto, dignificar a los ausentes; a la bruma de aquellas hermosas y profundas montañas de Colombia donde tanto dolor merece ser arropado por el amor de todo un pueblo.


Publicado en Desde Abajo