viernes, 17 de junio de 2022

DIGNIFICANDO A LOS AUSENTES


Dignificando a los ausentes



(Foto propia)
 

 © Natalie Volkmar Ossa / Publicado en Desde Abajo


Desde una “perspectiva anacrónica” e “internacional”, Didi-Huberman planteó una relación entre los distintos periodos históricos al demostrar que, aun teniendo las peculiaridades cada uno de su “historia precisa”, compartían un denominador común. Y es que, aunque la historia nunca se repite -escribía Trullén Floría- existe en ella “una tendencia circular a la rima”.

Si reflexionamos de la mano de estas premisas, observamos que con el paso de las décadas la violencia física y verbal contra la izquierda, y su proyecto social, ha sido diseñada, planificada y ejecutada de manera ininterrumpida. Explicaba el historiador Francisco Espinosa que el modelo de represión utilizado en las dictaduras latinoamericanas imitó al que se inauguró en España, donde los hallazgos de Serrulla Rech estiman que podrían existir alrededor de 14.755 fosas, en las que estarían inhumadas 130.000 víctimas de la represión franquista durante la guerra: maestras, jornaleros, menores de edad...

Siguen ahí, arrojados, frente al corazón encogido de las generaciones de sus seres queridos que continúan sin poder darles cobijo.

Fue en el territorio de la llamada Iberoamérica -designada recientemente como “Iberoesfera” por una ultraderecha española íntimamente vinculada a la extrema derecha latinoamericana-, que las desapariciones forzosas poblaron de pupitres vacíos las universidades, de madres velando en la oscuridad, y cuerpos bajo los montes.  

Desafortunadamente, basta con cambiar el método: los modelos de opresión se adaptan; sobreviven vociferando una falsa libertad y aplican la represión de forma encubierta,  aunque las prácticas de corte pinochetista que se ejercieron con sevicia contra los manifestantes de Colombia, retrocedieron décadas.

Así mismo, en esta “tendencia circular a la rima”, la violencia verbal se nutre inyectando odio a través de campañas de desinformación -maquilladas de rigor periodístico por grandes grupos mediáticos-, que tergiversan las ideas de izquierda y difaman a quienes las llevan. Ya cuestionaban Noam Chomsky y Edward S. Herman en Los guardianes de la Libertad la supuesta actuación “desinteresada” del sistema periodístico al explicar su imbricación en las élites políticas y empresariales.

Otra “tendencia circular a la rima” es el plan de ocultación y negación de la verdad, que se erige como una violencia añadida al revictimizar a los ausentes y a sus seres queridos; una estrategia del olvido diseñada para borrar la historia de las víctimas, y acallar futuras canciones de libertad y justicia social.

Inmersos en este bucle de la historia, nos plantamos en una actualidad donde el atardecer sigue acariciando, sigiloso, las cunetas de las carreteras, las explanadas de los valles, el reflejo de los ríos, la hierba mojada: la tierra. Allí están, hablando a través del viento… “ven pasar árboles y pájaros”, el susurro de Benedetti se hace presente: “cuando empezaron a desaparecer como el oasis en los espejismos a desaparecer sin últimas palabras tenían en sus manos los trozos de cosas que querían”. Permanecen entre la savia, en algunos lugares más que en otros, aferrados a esos pequeños “trozos de cosas que querían”; destellos que perduran, entre la tierra y sus huesos, para hablarnos de ellos en vida: de su presente arrebatado y desahogar su verdad.  

Son los ausentes, los desaparecidos, aquellos que vivieron la experiencia hasta el final, los que tocaron fondo y no sobrevivieron para contarlo, nombrados por Giorgio Agamben como “los verdaderos testigos”. Aquí o allá: están en todas partes, silenciados por defender los derechos del otro -que también fueron los suyos-, por querer construir solidaridad y caminar con una mirada inquieta, rebosante de dignidad.

Recuperar su voz rota, liberar su cuerpo atado y sacar a la luz lo negado, lo oculto, lo demasiado doloroso para ser creíble: los restos de quienes fueron sumergidos en un silencio obligado, en la profundidad de un hueco impersonal, con su cuerpo secuestrado y el esqueleto enraizado en un subsuelo que no eligió, se torna una responsabilidad social.

Dejar una rosa roja, amarilla y azul, o violetas, sobre ese pedazo de tierra fértil, sembrado de ideas, donde permanecieron los ausentes, demanda escucharlos y reivindicar su historia. De lo contrario, cobrarían vigencia las palabras de Walter Benjamin cuando pronosticó: “ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence”. Efectivamente, la estrategia de negación y tergiversación de la verdad que impulsaron los victimarios, todavía, en algunos países: “no ha cesado de vencer”.

Si bien, la estela de los ausentes ha logrado traspasar la arena, los ríos y montañas, dejando florecer sus semillas en generaciones de pensamiento, política, arte y cultura: impulsando ese renacer perseverante y vivo, de conciencia social.

Hemos escuchamos a Francia Márquez animando a cambiar la historia con un lapicero: un objeto, de poderoso simbolismo, cuyo potencial ha demostrado ser el vehículo más eficaz contra la sumisión: aquel que tiene pálpito y pensamiento. Esos lapiceros que sueñan ideas y crean democracia quizás logren, con su voto, dignificar a los ausentes; a la bruma de aquellas hermosas y profundas montañas de Colombia donde tanto dolor merece ser arropado por el amor de todo un pueblo.


Publicado en Desde Abajo