Dignificando a los
ausentes
Desde
una “perspectiva anacrónica” e “internacional”, Didi-Huberman planteó una
relación entre los distintos periodos históricos al demostrar que, aun teniendo
las peculiaridades cada uno de su “historia precisa”, compartían un denominador
común. Y es que, aunque la historia nunca se repite -escribía Trullén Floría-
existe en ella “una tendencia circular a la rima”.
Si
reflexionamos de la mano de estas premisas, observamos que con el paso de las
décadas la violencia física y verbal contra la izquierda, y su proyecto social,
ha sido diseñada, planificada y ejecutada de manera ininterrumpida. Explicaba
el historiador Francisco Espinosa que el modelo de represión utilizado en las
dictaduras latinoamericanas imitó al que se inauguró en España, donde los hallazgos
de Serrulla Rech estiman que podrían existir alrededor de 14.755 fosas, en las
que estarían inhumadas 130.000 víctimas de la represión franquista durante la
guerra: maestras, jornaleros, menores de edad...
Siguen
ahí, arrojados, frente al corazón encogido de las generaciones de sus seres
queridos que continúan sin poder darles cobijo.
Fue
en el territorio de la llamada Iberoamérica -designada recientemente como “Iberoesfera”
por una ultraderecha española íntimamente vinculada a la extrema derecha
latinoamericana-, que las desapariciones forzosas poblaron de pupitres vacíos
las universidades, de madres velando en la oscuridad, y cuerpos bajo los montes.
Desafortunadamente,
basta con cambiar el método: los modelos de opresión se adaptan; sobreviven
vociferando una falsa libertad y aplican la represión de forma encubierta, aunque las prácticas de corte pinochetista
que se ejercieron con sevicia contra los manifestantes de Colombia,
retrocedieron décadas.
Así mismo, en esta “tendencia circular a la rima”, la violencia verbal se nutre
inyectando odio a través de campañas de desinformación -maquilladas de rigor
periodístico por grandes grupos mediáticos-, que tergiversan las ideas de
izquierda y difaman a quienes las llevan. Ya cuestionaban Noam Chomsky y Edward
S. Herman en Los guardianes de la Libertad la supuesta actuación
“desinteresada” del sistema periodístico al explicar su imbricación en las
élites políticas y empresariales.
Otra
“tendencia circular a la rima” es el plan de ocultación y negación de la verdad,
que se erige como una violencia añadida al revictimizar a los ausentes y a sus
seres queridos; una estrategia del olvido diseñada para borrar la historia de
las víctimas, y acallar futuras canciones de libertad y justicia social.
Inmersos en este bucle de la historia, nos plantamos en una actualidad donde el atardecer sigue acariciando, sigiloso, las cunetas de las carreteras, las explanadas de los valles, el reflejo de los ríos, la hierba mojada: la tierra. Allí están, hablando a través del viento… “ven pasar árboles y pájaros”, el susurro de Benedetti se hace presente: “cuando empezaron a desaparecer como el oasis en los espejismos a desaparecer sin últimas palabras tenían en sus manos los trozos de cosas que querían”. Permanecen entre la savia, en algunos lugares más que en otros, aferrados a esos pequeños “trozos de cosas que querían”; destellos que perduran, entre la tierra y sus huesos, para hablarnos de ellos en vida: de su presente arrebatado y desahogar su verdad.
Son
los ausentes, los desaparecidos, aquellos que vivieron la experiencia hasta el
final, los que tocaron fondo y no sobrevivieron para contarlo, nombrados por
Giorgio Agamben como “los verdaderos testigos”. Aquí o allá: están en todas
partes, silenciados por defender los derechos del otro -que también fueron los suyos-,
por querer construir solidaridad y caminar con una mirada inquieta, rebosante
de dignidad.
Recuperar
su voz rota, liberar su cuerpo atado y sacar a la luz lo negado, lo
oculto, lo demasiado doloroso para ser creíble: los restos de quienes
fueron sumergidos en un silencio obligado, en la profundidad de un hueco
impersonal, con su cuerpo secuestrado y el esqueleto enraizado en un subsuelo
que no eligió, se torna una responsabilidad social.
Dejar
una rosa roja, amarilla y azul, o violetas, sobre ese pedazo de tierra fértil, sembrado
de ideas, donde permanecieron los ausentes, demanda escucharlos y reivindicar su
historia. De lo contrario, cobrarían vigencia las palabras de Walter Benjamin
cuando pronosticó: “ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo
vence”. Efectivamente, la estrategia de negación y tergiversación de la verdad
que impulsaron los victimarios, todavía, en algunos países: “no ha cesado de
vencer”.
Si
bien, la estela de los ausentes ha logrado traspasar la arena, los ríos y
montañas, dejando florecer sus semillas en generaciones de pensamiento,
política, arte y cultura: impulsando ese renacer perseverante y vivo, de
conciencia social.
Hemos
escuchamos a Francia Márquez animando a cambiar la historia con un lapicero: un
objeto, de poderoso simbolismo, cuyo potencial ha demostrado ser el vehículo más
eficaz contra la sumisión: aquel que tiene pálpito y pensamiento. Esos lapiceros
que sueñan ideas y crean democracia quizás logren, con su voto, dignificar a
los ausentes; a la bruma de aquellas hermosas y profundas montañas de Colombia
donde tanto dolor merece ser arropado por el amor de todo un pueblo.
Publicado en Desde Abajo