EL LEGADO DE LOS PERIODISTAS PALESTINOS:
FUENTES PARA SALVAGUARDAR LA VERDAD DE UN PUEBLO MASACRADO
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Manifestación contra el genocidio en Gaza, Madrid. (Foto Propia) |
En
una céntrica plaza de Madrid (España), a las puertas del 2025, se cerraba el
pasado año con una vigilia contra el genocidio en Palestina. Las velas
iluminaban las sombras que se iban congregando, mostrando su respeto ante una inagotable
fila de nombres y apellidos, encaminada a sumar las que serían más de 48.000 víctimas
mortales, entre ellas, periodistas palestinos. “Tengo miedo. No sé por qué. Son
las 9 de la mañana y nos vamos a Gaza. Ayer tomamos las primeras fotos de un
muerto […]. Ahora nos persiguen los espías israelís. Creo que hoy nos pasa
algo”, escribía en su diario a finales de los ochenta, el fotoperiodista español
Javier Bauluz. Sus palabras, recuperadas en “Intifada Palestina 1988. No empezó
todo en octubre de 2023”, coinciden con Fran Sevilla, al anotar que el acoso a
los periodistas y la guerra no comenzaron el 7 de octubre; si bien, a partir de
aquel día, Israel emprendió una campaña enfocada a asesinar, en los sucesivos
bombardeos, a todos aquellos que “se atrevían a empuñar una cámara, un
micrófono, un ordenador o incluso un bolígrafo o pluma”. Una estrategia de
antaño que busca acallar la verdad de la víctima, borrar y tergiversar su
historia.
Contra
ello, la concentración en lamento por los civiles bombardeados en Gaza quedaba
sumergida en un profundo minuto de silencio. El sonido que emitía el proyector al
visibilizar el número de masacrados, un ronroneo atemporal, parecía tintar aquella
atmósfera de blanco y negro, y en un flashback, retornar al siglo pasado: a la
universalidad de la guerra moderna. Concretamente, a aquel solar en ruinas al
que quedó reducida y pulverizada la España republicana, víctima de los ataques
aéreos a cargo del franquismo, fascismo y nazismo.
Aquellas
fotografías de los años 30 revelaban por primera vez la espiral de estragos
humanos que provocaban los experimentos de la guerra total: la desintegración
de cascos urbanos, la muchedumbre huyendo, almas rotas, personas deambulando
entre los escombros de sus hogares perdidos, desesperados, buscando a sus
familiares…otros, ensimismados, intentando recordar su propio nombre… Era el
horror de la guerra total, al que fueron indiferentes potencias como Francia e
Inglaterra a pesar de ver -a través de una cobertura periodística colmada de
fotografías que probaban las más cruentas masacres contra mujeres, ancianos y
niños-, cómo estaba siendo aniquilada, desde el aire y ante sus ojos, la población
republicana.
Potencias
que permanecieron imperturbables ante el dolor ajeno, sordas a las advertencias
de aquellos humanistas, filósofos o juristas que, ya en la época, estaban escandalizados
respecto a un método que atentaba contra el Derecho Internacional; aquel que
pocos años después, protagonizó la devastación de masivas poblaciones, sumidas
en la II Guerra Mundial.
Casi
un siglo después, contemplamos la misma indolencia de las grandes potencias y
poderes internacionales que, en contra del dialogo, de la responsabilidad y
empatía social, continúan enarbolando armas, inyectando odio y alentando con discursos
belicistas a más guerra; conduciendo a la humanidad a un mayor retroceso.
Mientras
tanto, aquellas fotografías de ruinas, vacío y abandono que recordamos del siglo
pasado, se encarnan ahora en Gaza, lugar desde donde Abubaker Abed, en nombre
de los periodistas palestinos, pronunciaba un comunicado de prensa, a
principios de enero: “Nos has visto derramar lágrimas por nuestros seres
queridos, colegas, amigos y familiares. Nos habéis visto morir de todas las
formas posibles. Hemos sido inmolados, incinerados, desmembrados y destripados.
¿De qué otras maneras deberíais vernos morir para que podáis moveros y actuar,
y detener el infierno que se nos ha impuesto?”.
Efectivamente,
hemos comprobado cómo el cuerpo de periodistas palestinos no ha cesado de documentar,
desde dentro, el terror, dolor y desesperación de su propio genocidio.
Frente
al estado de humillación, aquel que inmoviliza y hace enmudecer, lograr documentar
tu experiencia, reconocerla en el otro, convertirla en conocimiento y en una
fuente histórica, constituye -explicaba Didi-Huberman- un acto de subversión. En este sentido, si trasladamos
el argumento que desarrolló el filósofo en “Cuando el humillado mira al
humillado” -en alusión a las imágenes registradas en 1939 por el fotógrafo
republicano Centelles, preso en el campo de concentración de Bram (Francia)-, a
la cobertura de los periodistas en Gaza, observamos que, a medida que fraguaron
un trabajo documental sobre el genocidio, “por una especie de inversión
dialéctica” también fueron germinando un trabajo de rebeldía e insumisión
contra él.
Ante
la impunidad e indolente normalización del horror que proyectan las grandes
potencias respecto a Gaza, nos queda aferramos al legado que nos dejan los periodistas
palestinos, aquellos que encaminaron su labor a salvaguardar la verdad de un
pueblo, el suyo, sepultado deliberadamente bajo las bombas. Y es que, en
consonancia con las palabras de Herbert Matthews, revividas por Paul Preston:
“Puede parecer que el periodismo fracasa en su labor cotidiana de suministrar
material para la historia, pero la historia nunca fracasará mientras el
periodista escriba la verdad”.
Publicado en Desde Abajo