lunes, 29 de enero de 2024

Ante una población civil bombardeada por el terror:

VOCES ALUMBRAN EL PLANETA CONTRA LA DESTRUCCIÓN DE GAZA, Y DE LA HUMANIDAD


                                                                              Manifestación en Madrid, enero 2024. (Foto propia).





Estar señalado, cercado, desplazado de tu tierra… despojado de tu casa y arrojado hacia la nada… acompañado del vacío de una maleta en cuyo interior resiste tu nombre, erguido, aquel que hace tiempo unos, con otro nombre, decidieron que no tenía valor humano. “Mi ciudad está triste”, escribía el pasado siglo la poetisa palestina, Fadwa Tuqan: “las ventanas del cielo se cerraron”. Años posteriores, el fotoperiodista Javier Bauluz describía la insoportable situación que sufría la población palestina bajo aquel cielo clausurado por la ocupación israelí. Era 1988: “He visto a niños, viejos y mujeres casi muriendo, tras haberlos encerrado en su propia casa con gas dentro”. […] He visto a los soldados bailar al día siguiente de haber matado a un niño. He visto detener a gente en sus casas y golpearlos con los cañones de los fusiles hasta hacerles perder el conocimiento”.

Si enlazamos las concatenaciones de “yo lo he visto” del pasado con el presente, comprobamos que la violencia selectiva e intencionada contra la población civil, no ha cesado de ejecutarse hasta quebrantar la humanidad.

El periodista L. Delaprée, testigo de los bombardeos contra hogares, escuelas y hospitales del Madrid republicano, escribió en 1936: “El sentimiento más fuerte que he experimentado hasta el día de hoy no es el miedo, ni la ira, ni la compasión, ES LA VERGÜENZA. Estoy avergonzado de ser un hombre cuando el género humano se muestra capaz de masacrar de tal forma a los inocentes”. En eso consistía la guerra total, en atacar a los más frágiles y vulnerables con la “máxima intensidad y violencia” -indicaba Giulio Douhet- para desmoralizar al enemigo ante “la pesadilla continua de las terribles acciones ofensivas”: un método que acabó siendo materializado y justificado por gobiernos y potencias democráticas. Y es que, a pesar de la incompatibilidad de la “guerra moderna” con el progreso humanitario, el símbolo de Gernika -ocultado bajo la tela de la ONU en una rueda de prensa en la que EEUU anunciaba bombardear Irak, en busca de unas armas inexistentes (2003)- , lejos de cerrar el ciclo del horror, abrió el telón a un método aéreo que expandió su grado de crueldad desde Dresde o Hiroshima y Nagasaki en adelante, bajo distintos contextos y tecnologías, pero con un denominador común: sembrar el terror entre la población indefensa.

Que Israel apunte como objetivo a civiles para inyectar el terror, tal como hicieron los deleznables ataques terroristas de Hamas del 7 de octubre, convierte sus acciones en otra forma de terrorismo. Lo atestiguan las escenas que desde Gaza cerraban el año y retoman la espiral en 2024:  un médico ve llegar a su hospital los cuerpos de su padre e hijo bombardeados; una trabajadora sanitaria entra en pánico al reconocer a su pequeña agonizando;  un adolescente tiembla al tomar conciencia de que su amigo acaba de ser enterrado bajo los escombros; un padre regresa con una prenda para calentar a su hijo y lo encuentra bombardeado; un grito desgarrador emerge de un familiar al no poder revivir a un ser querido: aquel gemido que nace de las entrañas y ante el cual nos tapamos los oídos para no saber a qué suena tanto dolor; las voces entrecortadas de los periodistas despidiéndose porque saben que van a ser asesinados en días, horas o minutos… “Este es el último hospital en funcionamiento en Gaza. Esto significa que miles de heridos están solos en el hospital […] Todavía estoy viva pero no sé si sobreviviré esta noche”, reportó Bisan Wizard.

Frente al terror psicológico que supone el saber que vas a morir, y antes de ser masacrado junto a su familia, Refaat Alareer, dibujó con sus versos una cometa que hilvanaba paz, amor y esperanza, en un acto de entereza contra los tortuosos bombardeos que persiguen enloquecer el alma de los supervivientes.

Esta vieja aplicación del terror viene precedida de una violenta instrumentalización del lenguaje, a fin de generar odio contra un sector de la población, deshumanizarlo y justificar lo injustificable: su exterminio. Basta con ver los intolerables vídeos que se toman los soldados israelís festejando, degradando y burlándose con sevicia de los civiles masacrados, al tiempo que recibimos las lágrimas contenidas de un padre que sólo puede envolver con una bolsa de plástico el pequeño cadáver de su hijo, la imagen de un chiquillo que recoge restos humanos o  niños amputados sin anestesia, sin medicamentos, sin agua, sin alimentos, sin padres… Es en su nombre, que durante la pasada manifestación en Madrid, adultos y niños sembraron sus pancartas entre jardines, plazas y flores, convirtiendo la vía pública en un Paseo por Palestina.

Entretanto, incomunicados bajo un cielo tapizado por el horror, civiles y periodistas, siguen lanzando su voz con lo que les queda de aliento, de vista, de oído. “¿Habrá alguien que escuche?”, recitó en 2011 la palestina Rafeef Ziadah: “Hoy, mi cuerpo fue una masacre televisiva y dejarme decir que no hay nada que vuestras resoluciones de las Naciones Unidas hayan hecho jamás”.

Más de una década después, ante un genocidio visibilizado por sus víctimas civiles, me pregunto en qué violencia se inserta su justificación, el silencio, cinismo o la omisión; actitudes que perduran dentro de la comunidad internacional.

Menos mal que no todo el globo terrestre está dominado por la uniformidad y que la dignidad de Sudáfrica alzó su voz; aplaudida, en una ofrenda de gratitud, por otras miles de voces y pulsaciones de esperanza que siguen alumbrando el planeta para clamar la condena y el cese de los actos terroríficos de Israel contra la población civil palestina:  una exigencia sin la cual, de ninguna manera, se podrá cosechar humanidad.

 

Publicado en Desde Abajo