martes, 14 de noviembre de 2023

Tierra callada bajo cielos estrellados


 Foto de Jesús Abad Colorado: Necocli, Uraba, 2012,               
 (propia, tomada en Expo “El Testigo”).
                                                            

 © Natalie Volkmar Ossa / Publicado en Desde Abajo


En este presente, tensionado por la guerra y ausencias ininterrumpidas, me es imposible olvidar aquella fotografía en la que Jesús Abad Colorado, nos muestra el interior de una casa destruida, redecorada con unas flores que su dueña, Ana Felicia, deposita entre las ruinas. Aquella acción, que nos habla de resistencia y dignidad, me hizo tomar conciencia del pulso perseverante de las víctimas; un latido atemporal y trasfronterizo que nos acompaña de manera intergeneracional… un susurro rebelándose contra el olvido.

Abrazada a este pensamiento rebusqué en el Centro de Memoria Histórica de Salamanca huellas y testimonios sobre los represaliados en España, hasta quedar obnubilada por una poderosa enredadera, de un verde intenso, que se abría paso entre las piedras. Aquel pálpito silvestre, insumiso, pretendiendo escapar del silencioso recinto parecía ser el murmullo de los ausentes, resistiéndose a desvanecer.

Me aferré a mi maletín cargado de fuentes históricas, rememorando aquella metáfora que equipara al patrimonio con “nuestro equipaje de mano” y emprendí mi regreso. Había oscurecido y empezaba a llover. Me fijé en los reflejos del agua y a modo de espejismo imaginé cómo emergían sobre los adoquines los rostros de la guerra: reflejos caídos de las estrellas. En la espera de un semáforo elevé la vista y percibí en una inmensa pared el dibujo de unos ojos pensativos, en blanco y negro, que decía: “La mirada donde pueda ver más lejos”. Los únicos brochazos de color que tenía aquel mural del artista Caín Ferreras, compartían el amarillo, azul y rojo de la bandera de Colombia.

Enseguida me transporté a aquellas tardes de diluvio por la séptima de Bogotá, y concretamente, a los cielos estrellados de lugares “donde se ofendió la vida”: fotografías de Abad Colorado que bien podrían conformar una bóveda que recubra el Claustro de San Agustín: espacio de sigilo, actualmente habitado por la exposición “El Testigo”.

Un recorrido que -en comunión con la necesidad que defendía Walter Benjamin de resignificar la guerra, desde abajo, desde quienes sufren sus estragos-, visibiliza las ausencias, las historias inconclusas, los episodios rotos, sus fragmentos y resistencias, lo anónimo…

De acuerdo con ello, la labor documental de Jesús Abad manifiesta la cara opuesta a toda espectacularidad, heroización y estetización bélica, caligrafiando los estragos con imágenes rebeldes, independientes, humanizadas, dentro de las cuales el detalle y lo cotidiano, insignificantes para los grandes medios de comunicación, rebosan de significado. En este sentido, sus fotografías, desvinculadas de toda “narrativa codificada” - diría Susan Buck-Morss -, sacuden y desmontan, generando una contranarrativa, aquella versión unilateral diseñada por determinadas élites que proyectan -bajo sus intereses y desde un ángulo contrario a la víctima- una justificación y representación banal, normalizada y permisiva de la guerra.  

Algo habitual, teniendo en cuenta que tal como expresaba J. Esteban Marquillas, en una entrevista para La Vanguardia, toda decisión de hacer la guerra surge “de un cálculo de coste- oportunidad por el que las élites la instigan tras calibrar incentivos y desincentivos”. Frente a ello, las fotografías de Abad -a las cuales R. Barthes se referiría como pensativas o “subversivas”, por rasgar y herir más allá del impacto-, amplían el prisma con el que responsabilizar a quienes -a salvo de sufrir los efectos bélicos-, fomentan el odio para perpetuar la violencia. Una reflexión que va en consonancia con el argumento de Hannah Arendt respecto a cómo el grado de responsabilidad no debe reducirse a quien porta el arma.

En este contexto, los testimonios visuales que recoge el periodista y fotógrafo para documentar en profundidad el conflicto armado de Colombia, lejos de quedar restringidos a una temporalidad o geografía, irradian un valor universal.

Si nos acogemos a la interpretación que hace G. Didi- Huberman respecto a los usos antagónicos que tiene la imagen, los testimonios de Abad Colorado -contrarios a registrar el poder- desvelan su “potencia” al resignificar la guerra, precisamente, desde la “impotencia” o entereza de quienes se hallan en una situación de vulnerabilidad, opresión e invisibilidad, tal como lo hizo en su tiempo Goya con los Estragos de la Guerra o Picasso en Gernika.

Imágenes de carácter universal que, en este caso, despegan del Claustro de San Agustín - un refugio pedagógico, democrático y sede de patrimonio cultural donde rostros, voces y miradas sobresalen de las paredes entretejiendo y cristalizando memoria- para abrir sus alas entre las páginas de la reciente colección publicada, en cuatro volúmenes, “El Testigo: Memorias del Conflicto Armado Colombiano…”. Libros cuya adquisición me hace evocar aquella bellísima noción de patrimonio que esboza Serban Anghelescu: “Patrimonio (patrimonium) es, etimológicamente la herencia del padre (pater) pero se puede llevar consigo, en sus peregrinaciones, las cenizas o los huesos del padre, se puede tratar patrimonialmente el propio cuerpo paterno. Es el caso de Ulenspigel, que no se separa jamás de un saquito hecho por su madre, de un saquito que contiene las cenizas del corazón de su padre […]”.

De esta manera, tal como custodiamos a nuestros ancestros con el corazón, nuestro patrimonio cultural y la memoria colectiva nos reviste de una segunda piel al enseñarnos a transitar, comprender y a mirar fuera de nosotros mismos.

Considerando que la guerra es enemiga del saber, y atendiendo a aquella fotografía de Abad Colorado que muestra a una niña en Bahía Portete, la Guajira, frente a un tablero de una escuela derruida, en disposición de escribir y envuelta en un vestido de un rojo intenso que simboliza para los wayuu la resistencia, cada libro de esta colección se subleva -de la mano de las víctimas- contra la desinformación, en busca de memoria: un derecho de los territorios para sembrar la paz, reescribir su historia y compartir una conciencia social capaz de trenzar una red de solidaridad, universal, en contra de la violencia.  

Siendo así, y en cualquier rincón del mundo, cada vez que el viento levanta el vuelo de las hojas -diminutas perlas sobrevolando la atmosfera-, está presente el latir de los ausentes, junto con la esperanza que personificó Jesús Abad al fotografiar a un campesino adentrándose en una vereda tapizada de un manto de hojas (o mariposas) amarillas… en ese caminar en paz.  Ha llegado el momento, escribía María Belén Sáez de Ibarra, de “alejarnos de la procesión victoriosa de los amos de la guerra” y acompañar “la resistencia”…, una fortaleza que bien podría ser la de los pueblos, en un canto a la vida y acto de rebeldía contra toda guerra.  


Publicado en Desde Abajo