jueves, 3 de julio de 2025

DESINFORMACIÓN COMO ESTRATEGIA, LA INSTRUMENTALIZACIÓN DEL CIUDADANO Y EL ODIO

 


Extracto de “La lucha”, 1975, Ángel Orcajo (foto propia)

 

© Natalie Volkmar Ossa / Publicado en Desde Abajo

 

Pasaba los tornos de un control de seguridad en España cuando un guardia civil le recordó a un periodista que le enseñaba sus bolsillos vacíos de artefactos, que la pluma era más peligrosa que un arma. Este instrumento, de tintero, carbón o dígitos fabricados desde un ordenador, si bien ha denunciado los abusos de poder y dado voz a los invisibilizados, también ha sido utilizado a lo largo de los siglos para incendiar y quebrantar sociedades.

Narrativas fabuladas, información engañosa enfocada a sembrar incertidumbre; tácticas retóricas y una violencia verbal encaminada a despertar el germen del odio han cristalizado en actos terroristas, golpes de Estado, guerras civiles, persecuciones a colectivos y exterminios. “Inventar y expandir ficciones, fantasías, ilusiones” en aras a desinformar, manipular y controlar, es algo que ha existido durante miles de años, anotó Yuval Noah Harari al matizar que la mayoría de los alemanes que votaron a Hitler en 1933, lejos de ser psicópatas, aplaudieron al nazismo por “un problema de información”.

En este sentido, el funcionamiento de las campañas de desinformación se basa en instrumentalizar a la opinión pública, pilar imprescindible para la salud democrática.  Si bien, esclarece el especialista en comunicación, Jordi Ballera: “Se requiere anclar esa campaña en un evento traumático que haya tenido un impacto emocional relevante entre los ciudadanos, y que les haya conmocionado. Esa conmoción genera agitación entre la población que demanda una respuesta que garantice la seguridad futura”.

Siendo así, a partir de un acontecimiento como puede ser un atentado, una reducción de poder drástica para un sector de la población, ataques terroristas…, los actores interesados aprovechan el miedo latente entre la población para avivarlo.

No es extraño, explicó el historiador González Calleja, que el miedo sea aplicado como táctica ya que, al igual que la agresividad, está programado en la conducta del hombre como supervivencia al medio hostil, de modo que frente a una amenaza el ser humano responde atacando, acción que puede desencadenar conductas con un grado de violencia equiparable al nivel de temor que esté padeciendo, tal como buscan los instigadores.

Cabe recordar el papel que jugó parte de la prensa chilena, con El Mercurio a la cabeza, en generar un clima prebélico para justificar el posterior golpe de Estado al legítimo gobierno de Allende. Así mismo, la limpieza étnica en la ex Yugoslavia estuvo precedida por una feroz campaña de incitación al odio. En relación con los efectos que provoca la creación semántica del enemigo y su articulación mediática, indicó Ballera: “Hay una graduación, una escala, una cronología del odio. La indiferencia, la burla, el desprecio, el odio y finalmente la eliminación”.

De tal manera que, tras la degradación, cosificación y animalización verbal del otro, a la cual se refirió en su día Hannah Arendt como la “elocuencia del diablo”, el temor se convierte en aversión al supuesto enemigo y ante todo lo que él representa.     

Cuando bajas el tono para que el vecino no escuche tu opinión política, silencias tu preferencia ideológica en el trabajo por temor a un despido, miras con rencor a un miembro de la familia que opina diferente, detestas a un colectivo que también te aborrece y sientes cómo te hierve la sangre de rechazo hacia el contrario, en ese momento, la violencia verbal está a un paso de convertirse en física, teniendo en cuenta que, tal como perfiló el historiador y filósofo Xabier Irujo: “la esencia del mal radica precisamente en la ausencia de empatía”.

“Los tutsis ya no nos parecían humanos, ni siquiera criaturas de Dios”, atestiguó un victimario, en alusión a lo fácil que les resultaba “suprimirlos” durante el genocidio en Ruanda (Hatzfel, 2006).  La gravedad de esta violencia verbal radica en que, una vez deshumanizado el grupo social, los victimarios ya no consideran que en su represión haya cabida para los derechos humanos, expresó Gideon Levy al referirse a la estigmatización sufrida por los palestinos.

Observamos que esta estrategia de antaño se expande con mayor velocidad en el ecosistema del ciberespacio, donde el propio ciudadano -incauto y manipulado- participa en la propagación de noticias falsas circunscritas en aquellas campañas de desestabilización que forman parte de las actualmente denominadas: amenazas híbridas.

En esta coyuntura geopolítica, convulsa e incierta, marcada por el auge de una extrema derecha retrógrada y xenófoba, por gobernantes de potencias que izan las banderas bélicas, ponen en riesgo la seguridad mundial y demuestran un ofensivo desprecio hacia los derechos humanos; en este contexto, sin obviar, un crimen organizado transnacional que pretende asentarse en los Estados y élites económicas, las campañas de desinformación operan en la esfera cognitiva para confundir y atizar a los ciudadanos, susceptibles de pasar de víctimas a potenciales victimarios.

Ante escenarios políticos cada vez más polarizados, frente a la ilimitada libertad de expresión que circula por las redes sociales y en algunos medios de comunicación incendiarios, y considerando que los ciudadanos somos el instrumento del que se valen los actores hostiles para sembrar el desconcierto, la tensión social y fracturar nuestros lazos de convivencia, sería pertinente repensar el vínculo existente entre ética y libertad ya que, tal como subrayó Xabier Irujo: “No hay ética sin responsabilidad con respecto a otros individuos como tampoco hay libertad sin obligación hacia estos”.

 

Publicado en Desde Abajo

jueves, 20 de marzo de 2025

DOCUMENTAR TU PROPIO GENOCIDIO, FRENTE A LA INDIFERENCIA DEL PODER INTERNACIONAL

 

EL LEGADO DE LOS PERIODISTAS PALESTINOS: 

FUENTES PARA SALVAGUARDAR LA VERDAD DE UN PUEBLO MASACRADO


Manifestación contra el genocidio en Gaza, Madrid. (Foto Propia)



  © Natalie Volkmar Ossa / Publicado en Desde Abajo


En una céntrica plaza de Madrid (España), a las puertas del 2025, se cerraba el pasado año con una vigilia contra el genocidio en Palestina. Las velas iluminaban las sombras que se iban congregando, mostrando su respeto ante una inagotable fila de nombres y apellidos, encaminada a sumar las que serían más de 48.000 víctimas mortales, entre ellas, periodistas palestinos. “Tengo miedo. No sé por qué. Son las 9 de la mañana y nos vamos a Gaza. Ayer tomamos las primeras fotos de un muerto […]. Ahora nos persiguen los espías israelís. Creo que hoy nos pasa algo”, escribía en su diario a finales de los ochenta, el fotoperiodista español Javier Bauluz. Sus palabras, recuperadas en “Intifada Palestina 1988. No empezó todo en octubre de 2023”, coinciden con Fran Sevilla, al anotar que el acoso a los periodistas y la guerra no comenzaron el 7 de octubre; si bien, a partir de aquel día, Israel emprendió una campaña enfocada a asesinar, en los sucesivos bombardeos, a todos aquellos que “se atrevían a empuñar una cámara, un micrófono, un ordenador o incluso un bolígrafo o pluma”. Una estrategia de antaño que busca acallar la verdad de la víctima, borrar y tergiversar su historia.

Contra ello, la concentración en lamento por los civiles bombardeados en Gaza quedaba sumergida en un profundo minuto de silencio. El sonido que emitía el proyector al visibilizar el número de masacrados, un ronroneo atemporal, parecía tintar aquella atmósfera de blanco y negro, y en un flashback, retornar al siglo pasado: a la universalidad de la guerra moderna. Concretamente, a aquel solar en ruinas al que quedó reducida y pulverizada la España republicana, víctima de los ataques aéreos a cargo del franquismo, fascismo y nazismo.

Aquellas fotografías de los años 30 revelaban por primera vez la espiral de estragos humanos que provocaban los experimentos de la guerra total: la desintegración de cascos urbanos, la muchedumbre huyendo, almas rotas, personas deambulando entre los escombros de sus hogares perdidos, desesperados, buscando a sus familiares…otros, ensimismados, intentando recordar su propio nombre… Era el horror de la guerra total, al que fueron indiferentes potencias como Francia e Inglaterra a pesar de ver -a través de una cobertura periodística colmada de fotografías que probaban las más cruentas masacres contra mujeres, ancianos y niños-, cómo estaba siendo aniquilada, desde el aire y ante sus ojos, la población republicana.

Potencias que permanecieron imperturbables ante el dolor ajeno, sordas a las advertencias de aquellos humanistas, filósofos o juristas que, ya en la época, estaban escandalizados respecto a un método que atentaba contra el Derecho Internacional; aquel que pocos años después, protagonizó la devastación de masivas poblaciones, sumidas en la II Guerra Mundial.

Casi un siglo después, contemplamos la misma indolencia de las grandes potencias y poderes internacionales que, en contra del dialogo, de la responsabilidad y empatía social, continúan enarbolando armas, inyectando odio y alentando con discursos belicistas a más guerra; conduciendo a la humanidad a un mayor retroceso.

Mientras tanto, aquellas fotografías de ruinas, vacío y abandono que recordamos del siglo pasado, se encarnan ahora en Gaza, lugar desde donde Abubaker Abed, en nombre de los periodistas palestinos, pronunciaba un comunicado de prensa, a principios de enero: “Nos has visto derramar lágrimas por nuestros seres queridos, colegas, amigos y familiares. Nos habéis visto morir de todas las formas posibles. Hemos sido inmolados, incinerados, desmembrados y destripados. ¿De qué otras maneras deberíais vernos morir para que podáis moveros y actuar, y detener el infierno que se nos ha impuesto?”.

Efectivamente, hemos comprobado cómo el cuerpo de periodistas palestinos no ha cesado de documentar, desde dentro, el terror, dolor y desesperación de su propio genocidio.

Frente al estado de humillación, aquel que inmoviliza y hace enmudecer, lograr documentar tu experiencia, reconocerla en el otro, convertirla en conocimiento y en una fuente histórica, constituye -explicaba Didi-Huberman- un acto de subversión. En este sentido, si trasladamos el argumento que desarrolló el filósofo en “Cuando el humillado mira al humillado” -en alusión a las imágenes registradas en 1939 por el fotógrafo republicano Centelles, preso en el campo de concentración de Bram (Francia)-, a la cobertura de los periodistas en Gaza, observamos que, a medida que fraguaron un trabajo documental sobre el genocidio, “por una especie de inversión dialéctica” también fueron germinando un trabajo de rebeldía e insumisión contra él.

Ante la impunidad e indolente normalización del horror que proyectan las grandes potencias respecto a Gaza, nos queda aferramos al legado que nos dejan los periodistas palestinos, aquellos que encaminaron su labor a salvaguardar la verdad de un pueblo, el suyo, sepultado deliberadamente bajo las bombas. Y es que, en consonancia con las palabras de Herbert Matthews, revividas por Paul Preston: “Puede parecer que el periodismo fracasa en su labor cotidiana de suministrar material para la historia, pero la historia nunca fracasará mientras el periodista escriba la verdad”.


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miércoles, 22 de enero de 2025

DOCUMENTAR LAS AUSENCIAS, REVELAR LO ENCUBIERTO, FISURAR EL SILENCIO

 

Plegaria, 1949, F. Botero.


 © Natalie Volkmar Ossa / Publicado en Desde Abajo


“Quisiera no decir mucho para no perturbar el silencio de las madres ausentes que arañaron esta montaña de escombros con la fuerza del amor, la memoria y la desgarrada esperanza”, fueron las palabras del magistrado de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), Gustavo Salazar, al iniciar la intervención forense en La Escombrera, Comuna 13 de Medellín, en busca de víctimas de la desaparición forzada durante el conflicto armado en Colombia. El pasado 18 de diciembre, una poderosa luna roja se descubría ante las montañas antioqueñas de la mano de las primeras estructuras óseas halladas bajo tierra.

Las pruebas encontradas han ido demostrando que la existencia de cuerpos bajo fosas clandestinas en La Escombrera no era una leyenda urbana; las madres “no estaban locas, como en su momento había señalado el Estado y la sociedad”, comunicó la JEP.

El método de la desaparición forzada ha ido engrosando la tierra de impiedad, ha colmado hogares de un lamento prolongado, de un eterno insomnio con lágrimas de impotencia, de velas que, bajo cientos de lunas, alumbraron cada noche el recuerdo; miradas penetrantes, tiernas, acongojadas por la añoranza del abrazo perdido.

Titánicas las voces que, durante décadas, consagraron su amor a la búsqueda; manos curtidas sosteniendo las fotografías de los rostros desaparecidos, su anhelo, reivindicando los cuerpos robados, arrojados, pronunciando sus nombres queridos. Aquella fuerza irrefrenable de la dignidad, que logró vencer al miedo, fue fisurando el silencio; destapando la opacidad de un modelo represivo trazado para acallar la historia de la víctima.

Este método está blindado por un muro que obstaculiza su investigación, su cobertura periodística y la labor documental: ¿cómo testimoniar lo invisible, lo incorpóreo, lo clandestino, lo sumergido? “Tú, investigador, busca por todas partes, en cada parcela del terreno. Allí encontrarás enterrados documentos, los míos y los de otra gente, que sacan a la luz la crudeza de todo lo que aquí ha sucedido”, podía leerse en un escrito encontrado en Auschwitz al cual alude Didi-Huberman para referirse a la necesidad de desenterrar fragmentos que puedan desmontar el “plan de desimaginación” de los victimarios. Y es que, aquellas violencias invisibilizadas, han quedado relegadas a lo inimaginable, intangible, indescriptible; a un peligroso paso de lo increíble e irreal.

Precisamente, hacer pasar la ignominia por una invención, un mito, forma parte de la narrativa intrínseca a estos patrones represivos, edificados en la negación, tergiversación y ocultación de la verdad. Ya Hanna Arendt explicaba que el nazismo estaba convencido de que el éxito de sus crímenes residía en que nadie del exterior “podría creérselo”.

En sintonía con ello, las últimas palabras que escribió Matilde Gras en sus Memorias sobre la represión franquista y ejecución de su marido, caligrafiaron una esperanza: “Espero que todo esto que os he contado no lo toméis como un cuento”.  A pesar del salto en el tiempo, también las madres que reclamaron la búsqueda de sus familiares en La Escombrera han tenido que demostrar que no narraban cuentos.

Ante esta estrategia de negación se torna imprescindible, desde un punto de vista social, periodístico e histórico: investigar, hallar y visibilizar las intervenciones forenses que vienen a completar aquella labor documental inacabada, sesgada, abortada por una narrativa que ha tergiversado la historia, pretendiendo reducir métodos como la desaparición forzada a lo que temía Matilde…a una leyenda o fantasía, cuando por el contrario, ha sido una realidad tangible, descriptible, estandarizada y sistemática.

Ejemplo de su meticulosa planificación lo revelan las dolorosas cifras de desaparecidos que dejó en América Latina la implantación de la Doctrina de la Seguridad Nacional durante la Guerra Fría. El investigador Prudencio García, coronel retirado y ex miembro del equipo de expertos internacionales de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de la ONU en Guatemala, destacó en Crímenes de Guerra que la Escuela de las Américas, fundada en el Canal de Panamá, adiestró a miles de jefes y oficiales de ejércitos latinoamericanos con el objetivo de derrocar al “enemigo interior” y a sus “potentes tentáculos subversivos” de ámbitos civiles, eclesiásticos, empresariales, universitarios, artísticos, literarios… Este elaborado aparato doctrinal estadounidense amplió el ángulo de acción en su lucha contra el comunismo a opositores políticos, defensores de derechos humanos, activistas sindicales o estudiantes que, aun siendo democráticos, se les reducía a la categoría de individuos que merecían ser secuestrados, torturados y finalmente eliminados, con o sin desaparición de su cadáver. La puesta en marcha de la Operación Cóndor contribuyó a incrementar el horror.

Tras décadas de negación, con la apertura de las fosas comenzó a emerger lo encubierto, lo prohibido, lo silenciado, lo tabú; historias que hasta entonces habían sido ignoradas, se fueron tornando visibles, legibles y demostrables. En este sentido, se establecía un diálogo pendiente entre un pasado soterrado y un presente inconcluso, en aras a esclarecen una verdad secuestrada, ignorada y estigmatizada.

Detener este proceso, truncar la memoria colectiva, teledirigirla a un camino unidireccional; vaciar de verdad la historia borrando las desapariciones forzadas como aspira el gobierno de Milei y sectores de la ultraderecha mundial, denota un acuciante desprecio hacia los derechos humanos.

 

Pertenezcan o no los hallazgos en La Escombrera a desaparecidos en el marco de la Operación Orión, el salto ha sido enorme: la indiferencia vertida sobre las madres buscadoras a lo largo de más de veinte años ha quedado atrás.

Ellas, empoderadas, han demostrado que son capaces de revelar aquellos testimonios que la impunidad condenó al olvido, pero que la dignidad sigue luchando por rescatar.

 

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lunes, 4 de marzo de 2024

“VIDAS MINADAS”, LA SIEMBRA DE UN “PROGRESO” DESHUMANIZADO

UNA PEREGRINACIÓN DE AMOR HACIA LA VÍCTIMA

                                                                                                         Foto: Gervasio Sánchez, procedencia  expo. “Vidas Minadas 25 años”.

 

 © Natalie Volkmar Ossa / Publicado en Desde Abajo


Caen gotas desde el inabarcable espacio celeste; lluvia para sembrar, cosechar, nutrir raíces y entretejer la existencia con su hábitat. Zonas rurales, selváticas, fértiles, donde el oxígeno y la madera aún perviven: un tesoro de atmósfera poblada de biodiversidad, donde cada amanecer trae consigo la vida.  

En estado puro, podríamos cristalizar esta imagen en el entorno de aquellas culturas que enriquecieron y embellecieron de opciones la tierra, antes de haber sido arrasadas, heridas, maltratadas, por la avaricia del poder occidental.

El paso de los siglos demostró que aquella colonización, cimentada en masacres, expolio, humillación, exterminio y opresión, convirtió dentro y fuera de sus sociedades, la lluvia en bombas, los alimentos en cenizas, la salud en epidemias, el aire en armas químicas, las aldeas en desplazamientos forzosos, las cosechas en fábricas de armamento y los cultivos en acumulación de tumbas.

Hasta la estética tuvo un lugar para abrazar al horror: “La guerra es bella, ya que crea arquitecturas nuevas, como la de los tanques, la de las escuadrillas formadas geométricamente, la de las espirales de humo en las aldeas incendiadas …”, publicó el futurista Marinetti en el marco de la guerra de Etiopía, 1935, mientras la aviación de Mussolini gaseaba a los nativos. Previamente, como documentó Sven Lindqvist, ya Gran Bretaña, EEUU, Francia y España habían bombardeado a poblaciones no occidentales, amparados en un discurso discriminatorio que reajustaba las leyes de guerra conforme a sus intereses y a su autodesignada superioridad; aquella que le permite a EEUU seguir imponiendo su veto en la ONU.

No es de extrañar que, tras haber presenciado la explotación, el hambre, el éxodo y una espiral de guerras a lo largo del siglo XX, el fotógrafo brasileño, Sebastião Salgado, se decantara en su obra “Génesis” por retornar su mirada hacia la plenitud de la naturaleza, y reclamar con “Amazonía” la protección de sus tribus y del ecosistema, gravemente amenazado por proyectos que contribuyen a su destrucción. 

La industria de la minería, hidroeléctricas, cementeras o megaproyectos turísticos que persiguen engrosar su riqueza a costa de tierras ancestrales, sin contar con la aprobación de sus comunidades, es una constante que continúan denunciando sus líderes y lideresas, especialmente en Centroamérica y Suramérica; permanentemente intimidados, criminalizados y asesinados. Entre los testimonios recabados desde Honduras y Guatemala por el fotógrafo Gervasio Sánchez, nos compartía la lideresa hondureña, Rosalina Domínguez, el motor de su perseverancia: trasladar a las siguientes generaciones la necesidad de salvaguardar su entorno, entendiendo que su lucha, incluso su muerte, constituye una siembra… De resistencia y dignidad; un pulso que irradian los rostros de este trabajo documental, “Activistas por la vida”, realizado por el mencionado fotoperiodista quien, no solo ha profundizado durante décadas en las secuelas de los conflictos armados o entramados represivos, sino que se detiene en responsabilizar a la industria armamentística y a quienes la sostienen.

“Los responsables de tanto dolor se esconden tras la nebulosa de intereses y siglas. La industria armamentística es cada día más poderosa e impenetrable a pesar de las leyes sobre el control de armas de los países democráticos y que casi siempre se convierten en papel mojado a la hora de realizar negocios de la muerte”, señaló Gervasio Sánchez en “Vidas minadas 25 años”; su reciente obra que nos conduce a reflexionar sobre cómo las guerras suprimen, mutilan y limitan la vida de las personas, talando su cuerpo a través de un artefacto o perforando su alma ante el dolor de una pérdida: propia o ajena.  Algo actual, que podemos equiparar al recuerdo del cirujano mexicano de Médicos Sin Fronteras, Aldo Rodríguez, sobre los niños que llegan heridos por los bombardeos, sin familiares supervivientes, al hospital en Gaza: “Después de la amputación quedan deprimidos, sin ganas de hablar. Es una situación dramática porque no se trata sólo de la cirugía, sino de todo lo que viene después. […] Puede que mejoren físicamente, pero mentalmente están destrozados”.

Las historias que nos narra Gervasio Sánchez en su último trabajo están intrínsecas en este mosaico de vidas truncadas y muertes vividas, en el pasado y en el presente; todas ellas provocadas por la cara encubierta de los grandes poderes económicos y políticos, responsables de la venta de armas que son utilizadas, mayoritariamente, contra civiles y poblaciones vulnerables.

Respecto a las minas antipersona, aunque prohibidas, siguen germinando muerte bajo la tierra de los campesinos, cercando sus casas, bosques y caminos; un artefacto que no solo simboliza la desconstrucción en tiempos de paz, sino que culmina en una metáfora que aúna a todos los tipos de armas bélicas: la siembra de la deshumanización.

Frente a ello, este periodista que no se pliega a los poderes o entidades, prosigue su andadura y peregrinación de amor hacia las víctimas, en “Vidas Minadas 25 años”, al mostrarnos su cotidianidad: miradas afligidas ante las libertades y oportunidades arrebatadas; miradas atrapadas por su cuerpo, dignificadas por sus propios retos; miradas que siembran vida…  que no se doblegan, y nos hacen repensar con qué tipo de “progreso” queremos continuar.


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lunes, 29 de enero de 2024

Ante una población civil bombardeada por el terror:

VOCES ALUMBRAN EL PLANETA CONTRA LA DESTRUCCIÓN DE GAZA, Y DE LA HUMANIDAD


                                                                              Manifestación en Madrid, enero 2024. (Foto propia).





Estar señalado, cercado, desplazado de tu tierra… despojado de tu casa y arrojado hacia la nada… acompañado del vacío de una maleta en cuyo interior resiste tu nombre, erguido, aquel que hace tiempo unos, con otro nombre, decidieron que no tenía valor humano. “Mi ciudad está triste”, escribía el pasado siglo la poetisa palestina, Fadwa Tuqan: “las ventanas del cielo se cerraron”. Años posteriores, el fotoperiodista Javier Bauluz describía la insoportable situación que sufría la población palestina bajo aquel cielo clausurado por la ocupación israelí. Era 1988: “He visto a niños, viejos y mujeres casi muriendo, tras haberlos encerrado en su propia casa con gas dentro”. […] He visto a los soldados bailar al día siguiente de haber matado a un niño. He visto detener a gente en sus casas y golpearlos con los cañones de los fusiles hasta hacerles perder el conocimiento”.

Si enlazamos las concatenaciones de “yo lo he visto” del pasado con el presente, comprobamos que la violencia selectiva e intencionada contra la población civil, no ha cesado de ejecutarse hasta quebrantar la humanidad.

El periodista L. Delaprée, testigo de los bombardeos contra hogares, escuelas y hospitales del Madrid republicano, escribió en 1936: “El sentimiento más fuerte que he experimentado hasta el día de hoy no es el miedo, ni la ira, ni la compasión, ES LA VERGÜENZA. Estoy avergonzado de ser un hombre cuando el género humano se muestra capaz de masacrar de tal forma a los inocentes”. En eso consistía la guerra total, en atacar a los más frágiles y vulnerables con la “máxima intensidad y violencia” -indicaba Giulio Douhet- para desmoralizar al enemigo ante “la pesadilla continua de las terribles acciones ofensivas”: un método que acabó siendo materializado y justificado por gobiernos y potencias democráticas. Y es que, a pesar de la incompatibilidad de la “guerra moderna” con el progreso humanitario, el símbolo de Gernika -ocultado bajo la tela de la ONU en una rueda de prensa en la que EEUU anunciaba bombardear Irak, en busca de unas armas inexistentes (2003)- , lejos de cerrar el ciclo del horror, abrió el telón a un método aéreo que expandió su grado de crueldad desde Dresde o Hiroshima y Nagasaki en adelante, bajo distintos contextos y tecnologías, pero con un denominador común: sembrar el terror entre la población indefensa.

Que Israel apunte como objetivo a civiles para inyectar el terror, tal como hicieron los deleznables ataques terroristas de Hamas del 7 de octubre, convierte sus acciones en otra forma de terrorismo. Lo atestiguan las escenas que desde Gaza cerraban el año y retoman la espiral en 2024:  un médico ve llegar a su hospital los cuerpos de su padre e hijo bombardeados; una trabajadora sanitaria entra en pánico al reconocer a su pequeña agonizando;  un adolescente tiembla al tomar conciencia de que su amigo acaba de ser enterrado bajo los escombros; un padre regresa con una prenda para calentar a su hijo y lo encuentra bombardeado; un grito desgarrador emerge de un familiar al no poder revivir a un ser querido: aquel gemido que nace de las entrañas y ante el cual nos tapamos los oídos para no saber a qué suena tanto dolor; las voces entrecortadas de los periodistas despidiéndose porque saben que van a ser asesinados en días, horas o minutos… “Este es el último hospital en funcionamiento en Gaza. Esto significa que miles de heridos están solos en el hospital […] Todavía estoy viva pero no sé si sobreviviré esta noche”, reportó Bisan Wizard.

Frente al terror psicológico que supone el saber que vas a morir, y antes de ser masacrado junto a su familia, Refaat Alareer, dibujó con sus versos una cometa que hilvanaba paz, amor y esperanza, en un acto de entereza contra los tortuosos bombardeos que persiguen enloquecer el alma de los supervivientes.

Esta vieja aplicación del terror viene precedida de una violenta instrumentalización del lenguaje, a fin de generar odio contra un sector de la población, deshumanizarlo y justificar lo injustificable: su exterminio. Basta con ver los intolerables vídeos que se toman los soldados israelís festejando, degradando y burlándose con sevicia de los civiles masacrados, al tiempo que recibimos las lágrimas contenidas de un padre que sólo puede envolver con una bolsa de plástico el pequeño cadáver de su hijo, la imagen de un chiquillo que recoge restos humanos o  niños amputados sin anestesia, sin medicamentos, sin agua, sin alimentos, sin padres… Es en su nombre, que durante la pasada manifestación en Madrid, adultos y niños sembraron sus pancartas entre jardines, plazas y flores, convirtiendo la vía pública en un Paseo por Palestina.

Entretanto, incomunicados bajo un cielo tapizado por el horror, civiles y periodistas, siguen lanzando su voz con lo que les queda de aliento, de vista, de oído. “¿Habrá alguien que escuche?”, recitó en 2011 la palestina Rafeef Ziadah: “Hoy, mi cuerpo fue una masacre televisiva y dejarme decir que no hay nada que vuestras resoluciones de las Naciones Unidas hayan hecho jamás”.

Más de una década después, ante un genocidio visibilizado por sus víctimas civiles, me pregunto en qué violencia se inserta su justificación, el silencio, cinismo o la omisión; actitudes que perduran dentro de la comunidad internacional.

Menos mal que no todo el globo terrestre está dominado por la uniformidad y que la dignidad de Sudáfrica alzó su voz; aplaudida, en una ofrenda de gratitud, por otras miles de voces y pulsaciones de esperanza que siguen alumbrando el planeta para clamar la condena y el cese de los actos terroríficos de Israel contra la población civil palestina:  una exigencia sin la cual, de ninguna manera, se podrá cosechar humanidad.

 

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