UNA PEREGRINACIÓN DE AMOR HACIA LA VÍCTIMA
Foto: Gervasio Sánchez, procedencia expo. “Vidas Minadas 25 años”.
Caen
gotas desde el inabarcable espacio celeste; lluvia para sembrar, cosechar, nutrir
raíces y entretejer la existencia con su hábitat. Zonas rurales, selváticas, fértiles,
donde el oxígeno y la madera aún perviven: un tesoro de atmósfera poblada de
biodiversidad, donde cada amanecer trae consigo la vida.
En
estado puro, podríamos cristalizar esta imagen en el entorno de aquellas culturas
que enriquecieron y embellecieron de opciones la tierra, antes de haber sido
arrasadas, heridas, maltratadas, por la avaricia del poder occidental.
El
paso de los siglos demostró que aquella colonización, cimentada en masacres,
expolio, humillación, exterminio y opresión, convirtió dentro y fuera de sus sociedades,
la lluvia en bombas, los alimentos en cenizas, la salud en epidemias, el aire
en armas químicas, las aldeas en desplazamientos forzosos, las cosechas en
fábricas de armamento y los cultivos en acumulación de tumbas.
Hasta
la estética tuvo un lugar para abrazar al horror: “La guerra es bella, ya que
crea arquitecturas nuevas, como la de los tanques, la de las escuadrillas
formadas geométricamente, la de las espirales de humo en las aldeas incendiadas
…”, publicó el futurista Marinetti en el marco de la guerra de Etiopía, 1935,
mientras la aviación de Mussolini gaseaba a los nativos. Previamente, como
documentó Sven Lindqvist, ya Gran Bretaña, EEUU, Francia y España habían bombardeado
a poblaciones no occidentales, amparados en un discurso discriminatorio que reajustaba
las leyes de guerra conforme a sus intereses y a su autodesignada superioridad;
aquella que le permite a EEUU seguir imponiendo su veto en la ONU.
No
es de extrañar que, tras haber presenciado la explotación, el hambre, el éxodo
y una espiral de guerras a lo largo del siglo XX, el fotógrafo brasileño, Sebastião
Salgado, se decantara en su obra “Génesis” por retornar su mirada hacia la plenitud
de la naturaleza, y reclamar con “Amazonía” la protección de sus tribus y del ecosistema,
gravemente amenazado por proyectos que contribuyen a su destrucción.
La
industria de la minería, hidroeléctricas, cementeras o megaproyectos turísticos
que persiguen engrosar su riqueza a costa de tierras ancestrales, sin contar
con la aprobación de sus comunidades, es una constante que continúan
denunciando sus líderes y lideresas, especialmente en Centroamérica y Suramérica;
permanentemente intimidados, criminalizados y asesinados. Entre los testimonios
recabados desde Honduras y Guatemala por el fotógrafo Gervasio Sánchez, nos
compartía la lideresa hondureña, Rosalina Domínguez, el motor de su
perseverancia: trasladar a las siguientes generaciones la necesidad de salvaguardar
su entorno, entendiendo que su lucha, incluso su muerte, constituye una siembra…
De resistencia y dignidad; un pulso que irradian los rostros de este trabajo
documental, “Activistas por la vida”, realizado por el mencionado fotoperiodista
quien, no solo ha profundizado durante décadas en las secuelas de los conflictos
armados o entramados represivos, sino que se detiene en responsabilizar a la
industria armamentística y a quienes la sostienen.
“Los
responsables de tanto dolor se esconden tras la nebulosa de intereses y siglas. La industria
armamentística es cada día más poderosa e impenetrable a pesar de las leyes
sobre el control de armas de los países democráticos y que casi siempre se
convierten en papel mojado a la hora de realizar negocios de la muerte”, señaló
Gervasio Sánchez en “Vidas minadas 25 años”; su reciente obra que nos conduce a
reflexionar sobre cómo las guerras suprimen, mutilan y limitan la vida de las
personas, talando su cuerpo a través de un artefacto o perforando su alma ante el
dolor de una pérdida: propia o ajena. Algo actual, que
podemos equiparar al recuerdo del cirujano mexicano de Médicos Sin Fronteras, Aldo
Rodríguez, sobre los niños que llegan heridos por los bombardeos, sin familiares
supervivientes, al hospital en Gaza: “Después de la amputación quedan
deprimidos, sin ganas de hablar. Es una situación dramática porque no se trata
sólo de la cirugía, sino de todo lo que viene después. […] Puede que mejoren
físicamente, pero mentalmente están destrozados”.
Las
historias que nos narra Gervasio Sánchez en su último trabajo están intrínsecas
en este mosaico de vidas truncadas y muertes vividas, en el pasado y en
el presente; todas ellas provocadas por la cara encubierta de los grandes poderes
económicos y políticos, responsables de la venta de armas que son utilizadas, mayoritariamente,
contra civiles y poblaciones vulnerables.
Respecto
a las minas antipersona, aunque prohibidas, siguen germinando muerte bajo la tierra
de los campesinos, cercando sus casas, bosques y caminos; un artefacto que no
solo simboliza la desconstrucción en tiempos de paz, sino que culmina en una
metáfora que aúna a todos los tipos de armas bélicas: la siembra de la deshumanización.
Frente
a ello, este periodista que no se pliega a los poderes o entidades, prosigue su
andadura y peregrinación de amor hacia las víctimas, en “Vidas Minadas 25 años”,
al mostrarnos su cotidianidad: miradas afligidas ante las libertades y
oportunidades arrebatadas; miradas atrapadas por su cuerpo, dignificadas por
sus propios retos; miradas que siembran vida…
que no se doblegan, y nos hacen repensar con qué tipo de “progreso”
queremos continuar.