sábado, 28 de marzo de 2020

HIPOCRESÍA ANTE LA PANDEMIA


¿Hablamos de responsabilidad social?

 Museo La NeomudejarMadrid, (foto propia).


Escribir sobre un presente adolorido resulta delicado, y tremendamente susceptible ya que en estos momentos toda crítica local se torna automática y necesariamente, universal: es imposible que no rebote en este sistema neoliberal y globalizado.

Escribo desde España, con un gobierno acusado por una parte de la oposición de propagar esta desafortunada pandemia. “Deberían meterlos presos”, llegué a leer en una columna. Es fácil distinguir la voz de aquella derecha anclada en el pasado donde el castigo y el insulto forman parte habitual de su léxico. No hablo de toda la derecha, ni de sus votantes. Hablo de una clase de derecha cuyos voceros y políticos siguen evocando al franquismo. Y es que a pesar de llegar a su fin los deplorables y vergonzosos 44 años de dictadura que ahogaron la dignidad humana, todavía existen algunos nostálgicos camuflados. 
Pero sí, afortunadamente la democracia llegó, y aquellos años turbios quedaron recluidos en el baúl de la vergüenza.

Actualmente a Madrid se le conoce como la cuidad que nunca duerme, de los gatos, de las banderas sin fronteras y confluencia de inmigrantes: un lugar “donde se cruzan los caminos”, cantaba Sabina. Y así es, precisamente escribo estas líneas mientras algunos musulmanes que añoran su mezquita, practican la oración desde sus casas. Su rezo suena a un lamento alargado y elástico que acoge el aire sin revelar de dónde proviene.  
Un canto bienvenido que convoca la brisa y traspasa aquellas fronteras recientemente cerradas camino a emprender el vuelo de la imaginación. Su mensaje indescifrable y tono pausado provoca el efecto sonajero:  logra bajarme los decibelios cardiacos del pánico y descongelarme las neuronas paralizadas por el bombardeo de noticias que nos hunden en un profundo llanto. Lágrimas que solemos disimular para no contagiar la desesperación, porque si Sabina cantaba “en la escalera me siento a silbar”, ahora a lo que nos sentamos cada noche es a llorar, a diluviar tristeza…
Pero ese azul intenso del cielo al que llaman el mar de Madrid y que sugiere detener los rayos del sol y el vuelo espontáneo de las palomas, me calma e incita a pensar con mayor quietud; lejos de ese miedo desbordado que solo nos conduce allá donde otros deciden que vayamos.
Me refiero a aquellas voces de la Inquisición que pretenden llevar a la hoguera al actual gobierno. Quizás, antes de jugar a las brujas habría que reconocer el cinismo e hipocresía de una rama de la derecha que durante décadas lleva lijando los presupuestos destinados a la sanidad pública, imprescindibles antes, y durante una circunstancia como ésta. No deja de asombrar su falta de pudor al insinuar que la pandemia no va con ellos, ni con sus recortes en sanidad.
Incluso suena vaga su repentina y aparente preocupación por los ciudadanos, cuando durante años se ha esmerado en desplegar su artillería contra la sanidad pública y desoír a la Organización Mundial de la Salud sobre el peligro que supone la contaminación, exponiendo así a los ciudadanos a la desatención sanitaria y riesgo de enfermedad.

Es desolador que todavía queden restos de una derecha momificada en el tiempo a la que no parece preocuparle las declaraciones de Boris Johnson, Bolsonaro o Trump al proponer abandonar a su suerte a los más vulnerables, muy en sintonía con la psicópata idea del vicegobernador de Texas que argumentó que los mayores en esta pandemia deberían sacrificarse por la economía.  
Bajo este contexto, me pregunto qué opinarán los voceros de esta derecha arcaica ante el titular de Diario 16: “Residencias privadas trataron de ocultar cadáveres por coronavirus para evitar que les cerraran”, un delito que está siendo investigado en España por la Fiscalía tras haber sido descubierto por la Unidad Militar de Emergencias.

Cuesta comprender que parte de la oposición aproveche esta situación para en lugar de ayudar, hacer una durísima campaña electoral contra el gobierno de coalición a fin de bloquear su futuro programa social, aquel que desde hace tiempo lleva intentando boicotear: hundir al gobierno para que todo vuelva a ser igual (es decir, desigual).

Yo sigo prefiriendo volver a Sabina, y es que en Madrid fueron muchas las que dejaron claro que “las niñas ya no quieren ser princesas” en aquella manifestación cuyas críticas envenenadas han traspasado fronteras. Sin embargo, ese mismo día, tal como recordaba Pedro Luis Angosto, en su artículo “Educación, empatía y fraternidad” de Nueva Tribuna, también se celebraron cientos de partidos de fútbol, aglomeraciones, mítines masivos, misas en miles de pueblos de España… Me pregunto ¿será entonces que para esta derecha el virus lo propagan exclusivamente las feministas?

A esta “falta de educación democrática” a la que se refirió Angosto, de acuerdo a una oposición que acusó al gobierno de negligencia, se suma una avalancha de fake news -de sesgo racista y dudosa procedencia- que ha emprendido una campaña destinada a sembrar el desconcierto y odio social. Ya la Policía Nacional alertó de "más de 200 bulos y falsas noticias detectados con la única intención de provocar miedo y pánico en la población", como anotó la agencia EFE.

Anochece, la luna emprende su circular paseo para darnos las buenas noches. Su forma de globo me recuerda la necesidad que tenemos, a nivel mundial, de exigir una sanidad pública de calidad. 

Las políticas sociales que hacen honor a los derechos fundamentales del hombre y a un país avanzado, no son un coronavirus contra el cual se pueda vacunar a la población, ni aun cambiando de gobierno. 
Así pues, por mucho que les pese a algunos partidos cuyas políticas regresivas parecen invocar a la Edad Media: “podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”. 

Creo que también lo dijo el Che Guevara, pero es que ahora que el gobierno cubano -hasta entonces tan despreciado- manda sus médicos a ayudar en Italia, qué menos que aplaudirles también con estos versos de Neruda; tan vivos de ánimo, lucha y resistencia.