Amanece, y se vislumbra en Madrid una capital ávida por retomar las calles. Camino por las inmediaciones de su palacio real, símbolo de la violenta desigualdad social, y me encuentro con un bellísimo balcón, rebelde él, que escandaliza el decoro del
tradicional barrio monárquico al desplegar una bandera republicana y extender una
sábana blanca que reivindica: “Sanidad pública; no se vende, no se recorta. Se
defiende”.
Hago
una fotografía del balcón combativo y doy la espalda a la insignia real para
adentrarme por una callejuela en cuyas esquinas, decoradas con rostros
indígenas, se lee: “La Amazonía no se vende”. Calle abajo un puesto de flores colorea mi
vista y entre la travesía de la primavera y la calle fe, un hombre pedalea en
bicicleta paseando entre sus brazos un generoso ramo de flores, rojas todas
ellas. Cada pétalo parece bailar aquella melodía que le dedicó George Moustaki
a la revolución al describirla como una “hermosa flor del mes de mayo o fruta salvaje”.
Huele
a café, a pan y dulces recién horneados que corretean por el vecindario y
cosquillean el apetito de los clientes que esperan su turno. Eso sí, cada
pequeño local está revestido de algún ingenioso truco (velas, incienso o
música) que ameniza la tediosa fila del estado de alarma. No muy lejos despereza
mis oídos el cumpleaños feliz que algunos vecinos le silban a una mujer en
honor al día en el que nació.
El
cronómetro marca el fin del paseo, es hora de retomar el confinamiento y revisar
las noticias:
La
pobreza y la discriminación se agudizan durante la pandemia, la ultraderecha
hace ruido, la Amazonía para algunos sí está en venta, las flores reposan sobre
las tumbas de los líderes sociales asesinados en Colombia, EE.UU sigue avivando
su grito de guerra, Israel decide rematar al pueblo Palestino, los indígenas de
Brasil, Ecuador y Bolivia sufren el abandono del Estado, la mayoría de la gente
no cumple los años feliz y según los expertos, sufriremos una condena económica
perpetua por lo que no habrá mañana con el que soñar.
Apago
el televisor, internet, y me quedo mirando el blanco sin futuro de la pared. Trazo
sobre ella las palabras que hiló Amin Maalouf en Los jardines de la luz:
“Cuando el mundo haya abandonado a los sabios, los sabios lo abandonarán.
Entonces el mundo se quedará solo y sufrirá por su soledad”.
Tetsuya Ishida, Propiedad Pública, 1999. |
En este contexto, es un derroche de cinismo que los partidos políticos más neoliberales abanderen el fin del confinamiento en nombre de la “libertad”.
¿De qué libertad hablamos en un sistema redireccionado constantemente por los intereses de las élites y poderosos lobbies en detrimento de las necesidades primarias de la mayoría? ¿Qué poder de elección tiene más de la mitad de la población mundial que vive confinada eternamente en las redes de un neoliberalismo que ataca su dignidad y les impide realizarse como individuos?
Tetsuya Ishida,
|
Basta
echar la vista unos meses atrás de la pandemia:
los trayectos en metro durante la hora punta; cuerpos aplastados los
unos contra los otros, ese cúmulo de miradas agotadas, ojos ciegos apuntando al
suelo o al infinito, hundidos por el cansancio y aburrimiento. Todos en masa,
formando un bloque hasta oír el silbato de la parada para salir en desbandada
emprendiendo una obligada carrera a la competitividad, con un reloj casi tatuado
en el pecho que nos vigila hasta el alma para fichar a tiempo.
Y a fin de mes, unos pocos billetes en la cuenta con los que pagar un cubículo sin luz natural, la hipoteca para que el banco no embargue la casa, el agua, la luz, la compra, el teléfono, algo de ropa…
No parece que tantas idas y venidas a través del túnel hayan sido prometedoras, sobre todo si añadimos que el gran porcentaje de la población realiza un trabajo que nada tiene que ver con lo que hubiera querido soñar, y eso, si trabaja.
Y a fin de mes, unos pocos billetes en la cuenta con los que pagar un cubículo sin luz natural, la hipoteca para que el banco no embargue la casa, el agua, la luz, la compra, el teléfono, algo de ropa…
No parece que tantas idas y venidas a través del túnel hayan sido prometedoras, sobre todo si añadimos que el gran porcentaje de la población realiza un trabajo que nada tiene que ver con lo que hubiera querido soñar, y eso, si trabaja.
Es
recursivo recordar aquello que Albert Camus reflexionaba en el mito de un
Sísifo condenado a empujar eternamente una desmesurada piedra hasta la cima de
la montaña para una vez allí dejarla caer. “No hay castigo más terrible que el
trabajo inútil y sin esperanza”: escribió Camus. Por supuesto, siempre que seamos
conscientes de ello, hecho que no suele cumplirse ya que como explicó Byung-Chul
Han en Psicopolítica: “quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento
se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la
sociedad o al sistema”.
Tetsuya Ishida, Persona que ya no puede volar,1996. |
Un
timo que destroza vidas, y donde al hombre se le etiqueta y pesa como si fuera
un animal, en una balanza conforme a su nivel de rendimiento y utilidad; tal
como revelan las imágenes del artista japonés Tetsuya Ishida al reflejar la
opresión, soledad y cosificación de los individuos atrapados por un sistema que
antepone el capital a la humanidad.
A este paso, las flores serán de plástico, el pan horneado exclusivamente por multinacionales, los cumpleaños felices solo se cantarán en inglés y las banderas de los balcones, como las paredes de las calles, estarán uniformadas conforme a la conducta de los colegios de pago.
La “limpieza social”, la violencia premeditada e inhumana, la crueldad y desamparo, lo llevan padeciendo décadas de una u otra manera los de siempre: aquellos a quienes esa balanza neoliberal inclina hacia el abandono y desprotección… hacia la nada, como aquel vehículo cargado de niños que se perdió en el olvido y penumbra de la oscuridad de aquella desangelada madrugada.
Rafael Canogar, La escapada,1972. |
Si como explicaba, la rebeldía es “un posicionamiento que nace de la mente y del corazón, del fuego de querer cambiar”, reclamar un mundo que defienda la dignidad e igualdad de oportunidades para todos y todas -sin distinción- es un acto, fundamentalmente, moral.
Publicado en Desde Abajo