YKSUHC JUAN Calles de Madrid (foto propia). |
El
columpio tiene ese vaivén un tanto somnoliento que llega a hipnotizar. Así lo
recuerdo yo cuando en diciembre nos regalaron por navidad una nueva plaza, esta
vez con columpio. Nunca olvidaré la primera vez que le vi accionarse como un
péndulo. Era plena madrugada: una anciana envuelta en su bata azul celeste
salió a pasear y a rebuscar tímidamente entre la basura. Al ver aquel columpio
se precipitó contenta a balancearse entre los recuerdos de su infancia; parecía
una niña encogida de soledad en el vacío e intimidad de la noche...
A
la mañana siguiente, los chiquillos alegres terminaron de inaugurar el juguete
alrededor del cual se concentra todo un alegre panorama multicultural, con
conversaciones propias de un ocurrente guion cinematográfico, y vestuarios que
revisten con una creativa estampa de color el gris convencional de los
adoquines. Son la gente del barrio: un grupo de dominicanas que con la misma
rigurosidad con la que todos los domingos van a brindarle respeto a San
Lorenzo, se dirigen cada tarde a su cita en la plaza donde arman una potente
partida de cartas hasta el anochecer, mientras otras mujeres y hombres
africanos charlan, juegan al fútbol, bailan o se retan con jocosa sonrisa a
combates físicos.
En
los contornos de la plaza (rodeada de restaurantes, pequeñas tiendas y bares)
el cotidiano transitar de las distintas culturas, costumbres, religiones,
acentos y tonalidades de piel, avivan el ambiente que según la brisa nos va
deleitando con una gama de aromas gastronómicos, desde especies hasta el
reconocido olor a café matutino que emerge de las casas vecinales cada mañana.
Estaba
en el balcón, respirando el aire fresco de la reciente tormenta mientras los
reflejos de la lluvia convocaron este espejismo. Ahora, bajo el Estado de
Alarma el columpio está quieto y precintado, al igual que el paso de las horas
que parecen detenerse o flotar en una nube que no avanza, donde solo los
recuerdos vienen a despertar la nostalgia.
Las
colas de los supermercados, con una separación entre persona y persona de más
de un metro, las mascarillas impersonales, los guantes de látex, el miedo, la
vigilancia de policías, las magnificadas alertas de los medios de comunicación,
la presencia de las fuerzas armadas, las extremadas precauciones que cada
minuto debemos adoptar con rigor, el enemigo desconocido, y algún rezo a San
Expedito, patrón de la urgencia, nos retratan la visión de una plaza futurista,
decolorada y desalmada.
La
avalancha de críticas de los partidos políticos de derecha a la gestión de un
gobierno de colación de izquierdas recientemente votado en España, y que ha
tenido la mala suerte de enfrentarse a esta pandemia, encrudece la confianza,
cooperación y cohesión social.
La
preocupación se engrosa cuando uno está recluido; la clausura y el pánico que
infunden los telediarios convoca espectros. La paranoia al fin del mundo, a que
cada día se vean menos vecinos porque el virus les haya atrapado no es una
alternativa, me digo.
Dicen
que la luz ahuyenta a los vampiros. Supongo que también los gritos de guerra y
aplausos que cada noche le damos al conjunto de los trabajadores sanitarios, o
la generosidad de algunos vecinos que cada día nos dedican conciertos desde su
balcón acompañados de trompetas, voces y guitarras de otras tantas personas que
se suman a esta bella iniciativa de crear un verdadero concierto de
complicidad. Del mismo modo que lo hacen las caceroladas y todo el despliegue
de cacharros que golpeamos desde nuestras ventanas para que, tal como tituló el
periódico Público, "el rey Juan Carlos done su opaca fortuna a la sanidad
pública”.
Plaza de un barrio de Madrid (foto propia). |
Y
es que las calles y plazas no parecen que vayan a silenciarse: que no haya
diálogo y encuentro en ellas, no significa que no lo haya “en torno a ellas”.
Si bien el balanceo del columpio por ahora lo provoca únicamente el viento, es tan solo una cuestión de calma, paciencia y sosiego.
Hasta entonces, seguiremos lanzando bengalas a los trabajadores sanitarios porque detrás de cada chispa está el sueño de volver a abrazar a los nuestros…aquí o allá. Por ahora, nos queda arroparnos en ese hermoso gesto en el que consiste la complicidad social.
Si bien el balanceo del columpio por ahora lo provoca únicamente el viento, es tan solo una cuestión de calma, paciencia y sosiego.
Hasta entonces, seguiremos lanzando bengalas a los trabajadores sanitarios porque detrás de cada chispa está el sueño de volver a abrazar a los nuestros…aquí o allá. Por ahora, nos queda arroparnos en ese hermoso gesto en el que consiste la complicidad social.
Publicado en Desde Abajo