miércoles, 18 de marzo de 2020

CLAUSURA EN EL BARRIO


YKSUHC JUAN  Calles de Madrid (foto propia).

©  Natalie Volkmar Ossa / Publicado en Desde Abajo


El columpio tiene ese vaivén un tanto somnoliento que llega a hipnotizar. Así lo recuerdo yo cuando en diciembre nos regalaron por navidad una nueva plaza, esta vez con columpio. Nunca olvidaré la primera vez que le vi accionarse como un péndulo. Era plena madrugada: una anciana envuelta en su bata azul celeste salió a pasear y a rebuscar tímidamente entre la basura. Al ver aquel columpio se precipitó contenta a balancearse entre los recuerdos de su infancia; parecía una niña encogida de soledad en el vacío e intimidad de la noche...

A la mañana siguiente, los chiquillos alegres terminaron de inaugurar el juguete alrededor del cual se concentra todo un alegre panorama multicultural, con conversaciones propias de un ocurrente guion cinematográfico, y vestuarios que revisten con una creativa estampa de color el gris convencional de los adoquines. Son la gente del barrio: un grupo de dominicanas que con la misma rigurosidad con la que todos los domingos van a brindarle respeto a San Lorenzo, se dirigen cada tarde a su cita en la plaza donde arman una potente partida de cartas hasta el anochecer, mientras otras mujeres y hombres africanos charlan, juegan al fútbol, bailan o se retan con jocosa sonrisa a combates físicos.


En los contornos de la plaza (rodeada de restaurantes, pequeñas tiendas y bares) el cotidiano transitar de las distintas culturas, costumbres, religiones, acentos y tonalidades de piel, avivan el ambiente que según la brisa nos va deleitando con una gama de aromas gastronómicos, desde especies hasta el reconocido olor a café matutino que emerge de las casas vecinales cada mañana.

Estaba en el balcón, respirando el aire fresco de la reciente tormenta mientras los reflejos de la lluvia convocaron este espejismo. Ahora, bajo el Estado de Alarma el columpio está quieto y precintado, al igual que el paso de las horas que parecen detenerse o flotar en una nube que no avanza, donde solo los recuerdos vienen a despertar la nostalgia.

Las colas de los supermercados, con una separación entre persona y persona de más de un metro, las mascarillas impersonales, los guantes de látex, el miedo, la vigilancia de policías, las magnificadas alertas de los medios de comunicación, la presencia de las fuerzas armadas, las extremadas precauciones que cada minuto debemos adoptar con rigor, el enemigo desconocido, y algún rezo a San Expedito, patrón de la urgencia, nos retratan la visión de una plaza futurista, decolorada y desalmada.

La avalancha de críticas de los partidos políticos de derecha a la gestión de un gobierno de colación de izquierdas recientemente votado en España, y que ha tenido la mala suerte de enfrentarse a esta pandemia, encrudece la confianza, cooperación y cohesión social.

La preocupación se engrosa cuando uno está recluido; la clausura y el pánico que infunden los telediarios convoca espectros. La paranoia al fin del mundo, a que cada día se vean menos vecinos porque el virus les haya atrapado no es una alternativa, me digo.


Dicen que la luz ahuyenta a los vampiros. Supongo que también los gritos de guerra y aplausos que cada noche le damos al conjunto de los trabajadores sanitarios, o la generosidad de algunos vecinos que cada día nos dedican conciertos desde su balcón acompañados de trompetas, voces y guitarras de otras tantas personas que se suman a esta bella iniciativa de crear un verdadero concierto de complicidad. Del mismo modo que lo hacen las caceroladas y todo el despliegue de cacharros que golpeamos desde nuestras ventanas para que, tal como tituló el periódico Público, "el rey Juan Carlos done su opaca fortuna a la sanidad pública”.


Plaza de un barrio de Madrid (foto propia).
Y es que las calles y plazas no parecen que vayan a silenciarse: que no haya diálogo y encuentro en ellas, no significa que no lo haya “en torno a ellas”. 

Si bien el balanceo del columpio por ahora lo provoca únicamente el viento, es tan solo una cuestión de calma, paciencia y sosiego. 

Hasta entonces, seguiremos lanzando bengalas a los trabajadores sanitarios porque detrás de cada chispa está el sueño de volver a abrazar a los nuestros…aquí o allá. Por ahora, nos queda arroparnos en ese hermoso gesto en el que consiste la complicidad social.






Publicado en Desde Abajo