Guayasamín, Abrazo (Serie Ternura), 1986-87. |
A la memoria de
José Efrén Ossa Gómez
José Efrén Ossa Gómez
Cierro
los ojos y veo un hermoso rostro mestizo de ojos verdes fumando cigarrillos Pielroja,
de alegre carcajada, con unas pupilas soñadoras capaces de transportarnos allá
donde solo llegan las rancheras.
Hace
unos años en París me llamó la atención una fotografía en blanco y negro que le
daba vida a una lápida; era una pareja jovial que paseaba tomando un helado por
una calle de principios del siglo XX. Sin necesidad de un mausoleo era la tumba
más bella y viva del cementerio parisino.
José Efrén Ossa junto a Inés Gómez. |
Regresé una y otra vez a su tierra hasta que un día, rodeado de flores cortadas que auguraban su partida, me pidió que le escribiera un último cuento. Tras aquel pacto sellado por la triste despedida jamás volví a verle. Comencé entonces a buscarle a través de su entorno...
Hace unos años en un archivo de Madrid escuché que un muchacho de descendencia africana pedía llevarse un trozo de tela que había grapada a su partida de nacimiento. Era del vestido de su madre que antes de darlo en adopción había querido dejarlo como señal. El chico les pedía a los funcionarios que le permitieran llevárselo, les explicaba que iba a viajar a África y que la brújula para encontrar a su madre era el dibujo del vestido que le indicaría a qué tribu pertenecía.
Siempre
buscamos algo con lo que reencontrarnos, conocido o no…, urgente o caprichoso,
pero en cualquier caso existe cierta poesía en el acto. Conozco a un compañero que
lleva doce años cogiendo el autobús, el mismo día del año, para llevarle una
rosa roja a su abuela. A veces lo sigo secretamente y contemplo su caminar pausado,
pensativo y ajeno a las miradas, depositando su rosa sobre el recuerdo silenciado de
su lejana infancia.
En mi caso, el reencuentro que busqué con mi abuelo se condensó en una imagen abstracta y pictórica: Colombia. Complejo país, bello y cruel, hijo “del amor y otros demonios”, donde las flores vuelven a crecer después de haber sido machacadas, donde la música emana del aire como el olor de la arepa recién hecha, y donde las miradas profundas acallan su tristeza a través de un baile.
Pero comprender la realidad de un país tan castigado conlleva abordar un tema socialmente tabú: su conflicto armado.
En mi caso, el reencuentro que busqué con mi abuelo se condensó en una imagen abstracta y pictórica: Colombia. Complejo país, bello y cruel, hijo “del amor y otros demonios”, donde las flores vuelven a crecer después de haber sido machacadas, donde la música emana del aire como el olor de la arepa recién hecha, y donde las miradas profundas acallan su tristeza a través de un baile.
Pero comprender la realidad de un país tan castigado conlleva abordar un tema socialmente tabú: su conflicto armado.
Oswaldo Guayasamín, Ataúd Blanco. Serie Huacayñán (Camino del Llanto), entre 1946 y 1952. |
Sin hablar de ello y en la sombra, se fue engrosando una espiral de miedo, odio, dolor y venganza, consecuencia de una extrema violencia que afortunadamente se atrevió a pintar Fernando Botero. Aquel antioqueño, tan apreciado desde la juventud por el lado más bohemio de mi abuelo, logró transportar un tema tabú a la esfera pública de debate y conciencia, proponiendo desde el arte, una nueva forma de mirar los efectos de la violencia. Un paso gigante.
Sin embargo, preguntar por ello en la cotidianidad seguía siendo un callejón sin salida. Los rostros se incomodaban, esquivaban las preguntas y los grandes grupos mediáticos manipulaban con informaciones sesgadas y contradictorias. Precisamente esa desinformación ya evidenciaba que el país sufría una guerra más allá del narcotráfico, la cual ningún grupo mediático parecía tener la intención de documentar, sin censura previa.
Eduardo Kingman, Plegaria. |
A
lo largo del recorrido veo que sobre las paredes, históricamente blancas,
inmaculadas y cristianas, comienzan a emerger en forma de milagro rostros de
distintas regiones de Colombia.
Parecen surgir del fondo de una gruesa fisura en la pared, y avanzar desde la oscuridad hacia nuestros ojos para convertirnos, en testigos de su pasado.
Parecen surgir del fondo de una gruesa fisura en la pared, y avanzar desde la oscuridad hacia nuestros ojos para convertirnos, en testigos de su pasado.
Esta
nítida aparición del pueblo colombiano sobre las paredes que nos revelan, en carne
y hueso, las lágrimas derramadas o contenidas del conflicto armado, es el
resultado del compromiso del periodista y fotógrafo antioqueño: Jesús Abad Colorado .
Cada historia registrada por su mirada merece ser contada,
compartida y escuchada, cada una de ellas tiene un nombre, y una historia
familiar que bien podría haber sido la nuestra.
Desde la primera planta del claustro se puede contemplar el palacio presidencial, la Casa de Nariño que se halla a escasos metros. Mirando por la ventana recordé una tarde de paseo con mi madre, bordeábamos el exterior de aquel palacio cuando un cuatro por cuatro nos arrolló, salieron varios hombres con pasamontañas y nos apuntaron con sus armas.
Yo tenía ocho años, recuerdo agachar la mirada agarrándole fuerte la mano a mi madre mientras fijaba la vista únicamente en los vaqueros y botas de aquellos hombres sin rostro. Era la escolta presidencial, la familia se disponía a salir de domingo ...
Volviendo
en sí de aquel flashback, y viéndome en el claustro rodeada de los rostros más
hermosos y adoloridos, las miradas más profundas y humanas, me di cuenta de la
falta de protección que habían tenido las familias de los campesinos durante todo
el conflicto armado: el poder no había velado por su seguridad, como lo había
hecho por la suya.
Me
viene a la memoria las pinturas negras de Goya y un Saturno devorando a sus
hijos como metáfora de la despreocupación que existe en las guerras por parte
del Estado, y de los grupos armados, hacia los civiles que acaban siendo cruel y deliberadamente devorados. No deja de resultar inquietante que se siga
alimentando "el culto a la guerra" en nombre de la patria cuando es
el pueblo quien muere.
La exposición El Testigo, no habla de patria, sino de Patrimonio Cultural, de amor a la tierra y a la palabra, de dignidad y memoria. Esa es la
resistencia que nos enseñan las víctimas de Colombia: sembrar la esperanza de
volver a vivir en paz.
En este claustro me refugio hoy para escribirte un 19 de junio, día en el que cumplirías 100 años. Elijo este santuario improvisado que reivindica el respeto por el proceso de paz, y por la construcción de la memoria de tu pueblo para escribirte el "último cuento", aquel que teníamos pendiente. El relato versa sobre ti y tu tierra, a la cual he llegado
a amar durante los reiterados viajes a tu encuentro, cobijados siempre por tu sabiduría, por tu incondicional
ternura.
Exposición Permanente
Organiza la Dirección de Patrimonio Cultural de la
Universidad Nacional de Colombia
Centro Histórico de Bogotá, Colombia