martes, 20 de diciembre de 2016

BAJO LA LUNA


 Templo de Debod (propia).


©
 Natalie Volkmar Ossa


Cada madrugada, como siluetas en la niebla emergen almas inquietas, invisibles que deambulan por las grandes ciudades. Perdidas, al asecho de su soledad, sobreviven al desamor, la opresión, el miedo…  

Templo de Debod, Madrid, un 20 de diciembre de cualquier época. 

Tras perseguir enloquecido de ilusión aquel silbato que tanto seducía su alma, aullando sin descanso, a la intemperie y atravesando con fervor la niebla y el frío del invierno…cabizbajo, regresó con lentitud a su guarida. Estaba adolorido y magullado. Desilusionado, se dejó abrazar por el silencio de la noche, sin más compañía que sus leves gemidos.
El lobo cerró sus ojos y se dejó transportar al más profundo túnel los instintos. El alma le sangraba. Allí, en la penumbra, abandonado a las ásperas rocas de su cueva, pensó.
Sorprendido acababa de descubrir cuál era su lado más oscuro, aquel que le atormentaba y que todos los seres escondemos. En su caso, comprobó que su lado más temible, su otra cara de la luna, era su imaginación.


 Templo de Debod (propia).

Tendido sobre la arena, sintió como su propia imaginación le apuñalaba a traición al descubrir que durante siglos había estado amando, persiguiendo con euforia y fascinación aquello que tan sólo había sido un espejismo, la niebla.
Irrumpió en él una punzante tristeza. Avergonzado y burlado, fue despojándose de su alma, la repudió hasta destruir todo aquel reflejo que la luna le lanzaba de sí mismo. No soportaba más recordar quién era y cuál era su destino.

Desde aquella gélida madrugada de diciembre, el lobo, invadido por una profunda tristeza, jamás volvió a dormir. Deambula cada noche por la ciudad, escondido de la niebla, asustado y con los ojos bien abiertos para no volver a soñar. 

Cada siglo, la sombra del lobo pervive como una ofrenda para aquellos que tanto temen que otros luchen por sus sueños, porque seamos sinceros;  no vaya a ser que a fuerza de perseguir la niebla, ésta nos conduzca como corriente del Nilo a cumplir nuestros deseos más osados... aquellos que algunos se empeñan en tildar de utopías.