Podía
observar a través del cristal de la botella ya medio vacía el vaivén del agua
cristalina que se mecía con timidez hacia sus pies. El olor a mar y el tono
plateado de los peces avivaban sus sentidos y aceleraban el ritmo de su
corazón. A lo lejos, una barca se difuminaba entre los colores del atardecer
hasta desdibujarse en aquel horizonte sobrenatural.
El calor y el ronroneo de las olas la hipnotizaban, adormilaban su cuerpo con la delicadeza del agua que acariciaba su piel.
La fina arena que perfilaba el mar estaba desértica, tan sólo se reflejaba en ella la sombra de un lagarto que decoraba aquel tono dorado. Por unas horas olvidó donde estaba; podía ser Cabo Verde,la Guajira ,
cualquier rincón de la costa asiática o la Isla de la Pasión de la novela de Laura Restrepo. Persiguió
con sus ojos la sombra de aquel lagarto
que vagaba entre los destellos de la luz, caminó junto a ella, no sin
percatarse de que era su propia silueta
la que simulaba animales extraños sobre la arena.
El calor y el ronroneo de las olas la hipnotizaban, adormilaban su cuerpo con la delicadeza del agua que acariciaba su piel.
La fina arena que perfilaba el mar estaba desértica, tan sólo se reflejaba en ella la sombra de un lagarto que decoraba aquel tono dorado. Por unas horas olvidó donde estaba; podía ser Cabo Verde,
Somnolienta
decidió sumergir su cuerpo en el mar. Dejar que el agua arrastrara su
mente a la calmada profundidad, y dejarla reposar durante horas en aquel
laberinto de algas y corales, era algo que reconfortaba su alma cada vez que
viajaba.
El estruendoso sonido del motor de una lancha impulsó su cuerpo hacia la superficie con la agilidad de un pez. Sí, se había quedado demasiado tiempo
aleteando por las profundidades, quizás era tiempo de
emerger a la superficie. Al sacar su cabeza en medio de un océano ya oscurecido un faro la deslumbraba. Seguía escuchando el motor de la lancha. Despegando con esfuerzo los párpados que tendían a cerrarse ante la intensa luminosidad del foco pudo comprobar que aquel incómodo sonido que perturbaba su sosiego no era más que el camión de la basura, y el faro que cegaba su vista tan sólo era el foco de lectura que estaba quemando la pantalla de su ordenador donde podía apreciarse la imagen de una playa desértica anunciada por viajes el corte inglés.
Paul Delvaux, Soledad, 1955. |
Miró con reparo la
botella vacía, tan vacía que ya no reflejaba nada. Sintió que la humedad de
las paredes de su habitación había crecido y formaba una macha de moho similar a aquellas algas marinas. El camión de la basura se alejaba, parecía
llevarse sin piedad todas sus sensaciones e imágenes del mar como si tan sólo hubieran sido cartones o
folletos de papel, dejando tras sí el silencio del vacío que amenazaba la calle.
Con la pesadez que trae la desilusión se puso las pantuflas y comenzó su rutina; cerrar todas las pestañas abiertas del ordenador donde se podían leer anuncios de barceló viajes, circuitos organizados, ofertas carrefour viajes, cruceros por el Mediterráneo, 2x1 con halcón viajes…
Una vez desconectado el
ordenador recogió las dos litronas que rodaban por las frías baldosas del suelo
y las ocho latas de cerveza que descansaban como pastillas sobre la mesilla de
noche. Fumó antes de cerrar las persianas. Se lavó los
dientes dejando que el jabón borrase el salado sabor del mar y puso la alarma del despertador, a pesar de que cada vez que sonaba su corazón se apagaba un poco más de tristeza. Antes de meterse bajo las cinco mantas que la protegían del
invierno sacó la factura de la luz, la lista de la compra, su táper, el dinero del
alquiler y la tarjeta del paro de su marido para que no olvidara
sellarla.
La oscuridad densa y fría la impedía dormir; el tiempo detenido y el tacto pesado de la madrugada la aprisionaban. Su única motivación era que llegara el anochecer del día siguiente para poder soñar por aquella minúscula ventana de internet, eso sí, en
compañía de sus dos litronas y ocho latas de cerveza que bebía por noche para
poder creer que algún día extendería su cuerpo sobre una cálida
arena dorada...y de paso, invitar a su marido a uno de esos viajes que anunciaban para los aniversarios.
Apretó con empeño los ojos. El ronroneo de las olas la durmieron como un sonajero.