miércoles, 15 de febrero de 2017

UNA MIRADA HACIA LA OTRA AMÉRICA

Camilo Egas, Cabeza de Indio.

 © Natalie Volkmar Ossa
      
Ya el antropólogo Gerald Weiss 1 explicaba cómo el arte de las sociedades primitivas no tenía por qué ser inferior al producido en las sociedades industriales. G. Weiss recurría como ejemplo a la retórica campa de un pueblo primitivo del Amazonas donde también eran empleadas las habilidades cultivadas por los grandes filósofos y oradores de la Grecia y Roma antigua.
Claro, no es de extrañar que la mayoría de estas culturas hayan sido ignoradas en los libros de historia si tenemos en cuenta que la historia ha sido escrita bajo una mirada occidental, si ya lo decía Jean Paul Sartre:

"No hace mucho tiempo, la tierra estaba poblada por dos mil millones de habitantes, es decir, quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponían del Verbo, los otros lo tomaban prestado...".

Jean Paul Sartre en su Prefacio a Frantz  Fanon, Los condenados de la tierra.


Oswaldo Guayasamin, Flagelamiento  (1946 -1952).

Será la teoría poscolonial quien formule una crítica sobre cómo aquella Modernidad que Occidente proclamó bajo el lema de progreso, sostuvo sus cimientos en una falsa idea de superioridad. Si Borges se refería al universo como una esfera cuyo centro se repartía en todas partes, la aplaudida Modernidad impuso lo contrario: señalizó como único centro a Occidente.
Así, este largo periodo histórico que comenzó con la Conquista de América quedó inaugurado con la imposición del cristianismo y la cultura grecolatina, que fue abanderada por su canon de belleza artística. De este modo, el epicentro de la filosofía y del arte se situó en Europa, teniendo que esperar largos siglos hasta que fueran valoradas creaciones de otras culturas consideradas menores. Para qué engañarnos, la vitoreada Modernidad se alcanzó justificando la violencia, el sacrificio y estancamiento de otras culturas en nombre del progreso de una civilización que se autoproclamó superior, tal como revela este pasaje:

“Estos hombres, venidos de Europa [...] habrían de tratar con una naturaleza agreste y poblaciones “bárbaras” de indígenas predominantemente nómadas y de una cultura material relativamente simple. No por estas correrías dejaron de atender a lo principal de este ministerio que es el estudio de las lenguas, para desbaratar con ella, como lo hace la osa con sus cachorros, la tosquedad informe de los bárbaros, conculcar sus errores, deshacer sus tinieblas y supersticiones, y los ritos gentílicos, abominaciones bárbaras, y todo lo demás que se requiere para arrancarlos de sus vicios y formar perfectos cristianos…".

Historia de las misiones, Juan de Rivero de la Compañía de Jesús. 
Biblioteca Nacional de Colombia.


Diego Rivera, fragmentos del mural Epopeya del Pueblo Mexicano (1929-1935).

Bajo este panorama no sorprende que en el siglo XIX, en vísperas de la Independencia de Colombia, un tendero se queje en su diario sobre la pérdida de testimonios de la cultura indígena:

“Los objetos indígenas, que hallamos por casualidad ó por codicia, más que por amor al estudio, son destruídos ó llevados al extranjero, en vez de quedarse en nuestro museo. Y cuán difícil es al historiador y al artista poder hallar testimonios de lo que fueron esas tribus que poblaron nuestro territorio antes de la conquista”.

Diario de la Independencia, J.M. Caballero (tendero), siglo XIX. 
Colombia. Biblioteca Nacional de Colombia.

J.M. Caballero, reivindicaba conocer aquellas culturas, ya casi borradas, de los pueblos indígenas que poblaron sus tierras antes de la conquista para revalorizar así aquellos testimonios que emergían desde el pasado como “faros” en el desarrollo de su identidad; hablando de Patrimonio Cultural, J.M. Caballero, no demandaba otra cosa que unas medidas de salvaguarda para aquellos testimonios que conformaban parte de su historia.
Si bien, tiempo tuvo que pasar hasta que las políticas de los gobiernos reconociesen y pusieran en marcha normas jurídicas en busca de proteger el patrimonio, a quien la UNESCO propone cuidar como si se tratase de “nuestro equipaje en el presente”. Más allá va Serban Anghelescu al hablar de patrimonio:


“Patrimonio (patrimonium) es, etimológicamente la herencia del padre (pater) pero se puede llevar consigo, en sus peregrinaciones, las cenizas o los huesos del padre, se puede tratar patrimonialmente el propio cuerpo paterno. Es el caso de Ulenspigel, que no se separa jamás de un saquito hecho por su madre, de un saquito que contiene las cenizas del corazón de su padre, quemado por la Inquisición. La cenizas del corazón, llevadas sobre el corazón, son vivas, se estremecen- dice Ulenspigel –y reclaman venganza”.

Serban Anghelescu, Quelques réflexions sur la notion de patrimoine.


Como bien menciona William Ospina2 es desde el siglo XVI que surge la idea “globo”, como una obsesión de la especie y la voluntad de globalizar el horizonte de la civilización humana. Desde entonces el planeta tiende a uniformarse con el peligro de que desaparezcan las llamadas (no sin cierto tono despectivo) culturas locales o periféricas. 
Curiosa paradoja ya que, tal como señala Walter Mignolo3, la cultura occidental es también local, una cultura local que se extendió como podría haberse extendido cualquier cultura indígena si la colonización hubiera sido a la inversa.



Así, la salvaguarda del Patrimonio Cultural recobra importancia en un mundo donde la globalización engorda una única memoria; aquella del país que goza de mayor privilegio económico. Del mismo modo que la colonización de América, una conquista de raíz económica que desembocó en una conquista cultural, la globalización actual también se encamina hacia una peligrosa y empobrecida estandarización cultural.

Eduardo Kingman, Lugar Natal, 1989.
Sin embargo,  por mucho que la globalización se empeñe, a contra natura, en trazar una única línea cultural que atraviese el mundo, la más conveniente para algunos, la configuración del mundo no deja de ser una inmensa bola enmarañada de diversas líneas culturales, donde todos tenemos una “mezcla multicultural en nuestro ADN”. En este contexto es comprensible que el tendero colombiano reclamase proteger la memoria cultural de los pueblos indígenas conquistados como salvaguarda de su Patrimonio Cultural en aras a conocer, valorar y escribir su historia. Qué limitado sería tan sólo valorar lo que forma parte de nuestra cultura “inmediata” y dar la espalda al conocimiento de una rica amalgama de expresiones culturales que forman parte del mundo en el que todos respiramos como si se tratase de un “mismo aire”:

“Si los habitantes de la Tierra, que ni siquiera conocen todavía la totalidad de su planeta, recibieran mañana la visita de los habitantes de la Luna, su sorpresa no sería mayor que la de los pobres indios antillanos cuando vieron llegar á sus tranquilas playas los primeros marinos europeos. Y éstos, por su parte, no quedaron menos sorprendidos al ver los habitantes de aquel mundo que surgía súbitamente de las espumas del mar como la antigua Venus mitológica”.

Episodios Históricos de América. Episodios del Descubrimiento
ÁTICO SELVAS ZENÉN, 1891. Biblioteca Nacional de España.


José Medeiros, Iracema, 1884.

Tapar, silenciar, arrinconar a otras culturas, “domesticarlas” o “apropiarse de sus ideas” es algo que hace la globalización en su búsqueda por la homogeneidad, cuestión que repercute negativamente en cada sociedad; por un lado, supone la pérdida de autoestima e identidad para las culturas arrinconadas al tiempo que siembra el miedo y rechazo a lo desconocido.
Si bien, ya Amin Maalouf 4  prevenía del riesgo que suponía una hegemonía cultural a nivel mundial al reflexionar sobre el desastre que entraña un mundo que va en sentido único, emisores universales por un lado y receptores por otro; los que creen que el resto del mundo no puede enseñarles nada, y los que están seguros de que el resto del mundo no va a querer escucharles jamás.

Alfaro Siqueiros. Caín en Estados Unidos, 1947.

Desde una mirada introspectiva, y no menos egoísta; si no queremos allanar el camino a una estandarización cultural y como consiguiente, a una disminución de nuestro nivel cultural, no debiéramos dejar de lanzar la mirada - más allá de nuestra bola de cristal - hacia "esas otras Américas", porque seamos sinceros... no todos los caminos conducen a Roma y, como apunta Marcuse:

"Hay una aplicación del concepto de cultura según el cual el mundo espiritual es abstraído de la totalidad social y de esa manera se eleva la cultura a la categoría de un (falso) patrimonio colectivo y de una falsa universalidad".

Marcuse, Cultura y Sociedad.

El tiempo nos aleja de aquel tendero que escribía en los albores de la Independencia el deseo de custodiar el Patrimonio Cultural de su nación, él no está para leer el artículo 7 de la Constitución de Colombia de 1991 donde se protege y reconoce la diversidad étnica y cultural de Colombia al tiempo que señala la obligación que tiene Estado y las personas de “proteger las riquezas culturales y naturales de la nación”.
J.M. Caballero, entonces no tendría conciencia de que sus propios escritos iban a responder a su petición, iban a ser Patrimonio Cultural custodiados en la Biblioteca Nacional de Colombia y fuente de inspiración para muchos de nosotros.


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1HARRIS, M.: Introducción a la Antropología general. Madrid. Alianza, 2009.
2OSPINA, W.: Los nuevos centros de la Esfera. Bogotá.  Aguilar, 2001.
3MIGNOLO, W.: Historias locales, diseños globales: colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. Madrid. Akal, 2011.
4MAALOUF, A.: Identidades Asesinas. Madrid. Alianza Editorial, 1999.